Un extraño mecenas convence al estudioso y
arqueólogo Lankester Merrin para que se una a una excavación que tiene lugar en
una remota región de Kenia. En el lugar se ha hallado una antiquísima iglesia
bizantina en un estado perfecto. Tal es así que da la impresión que fuera
enterrada nada más finalizada su construcción, algo que intriga a Merrin, quien
previamente a dedicarse a la investigación había sido sacerdote antes de perder
su fe al ser testigo directo de la maldad del hombre.
Tras
los irregulares resultados del montaje final de la película de Paul Schrader,
los productores decidieron reinvertir otros cuarenta millones de euros y así
volver a rodar la historia prácticamente desde cero, para lo cual contaron con
los servicios del finlandés Renny Harlin, un director versado tanto en el cine
de acción adrenalítica con títulos como La jungla de cristal 2, La isla de las
cabezas cortadas o Memoria letal como en el de terror, género en el que había
enmarcado sus primeros títulos con películas tan interesantes como Presidio o Pesadilla
en Elm Street 4. Es por esta razón que la elección de este nuevo realizador
parecía una apuesta adecuada de cara a reflotar un título que estaba generando
numerosos quebraderos de cabeza en Warner Bros aún incluso antes de estrenarse,
acrecentando el aura de maldita de la saga, iniciada ya con el estreno de la
película de 1973, una leyenda negra que todavía iría más lejos tras sufrir el
propio Harlin un grave atropello durante el rodaje que le destrozaría la
pierna.
El
director finlandés tomaría la misma historia y equipo técnico que Schrader, incluyendo
director de fotografía y compositor de la banda sonora, para crear su propia
versión, la cual gana varios enteros respecto a su predecesora en base a varios
elementos que Harlin logra aportar y de los cuales carece la película
primigenia. Así, esta nueva versión es más efectista, algo que se deja
bien claro desde la secuencia de arranque ubicada en plena edad media y
prologada por ese sol naciente al más puro estilo de la cinta de 1973, logrando
intercalar secuencias donde se busca activar sensaciones en el espectador
mediante un buen uso de la atmósfera y la tensión, con otras escenas más
explícitas e impactantes. Además esta versión tiene un montaje más interesante,
eludiendo la excesiva linealidad de la obra de Schrader y usando recursos como
el flashback o las secuencias paralelas con mayor dinamismo, lo que da una obra
más redonda, mejor presentada. La cámara se mueve más y mejor, la factura es
más elegante y los amplios recursos económicos están mejor aprovechados. A
esto hay que añadir que la película transmite una mayor energía, dejando de
lado el aparente hieratismo de la anterior visión, mostrando una obra con más
corazón y alma.
La
permuta de realizador se vuelve aún más evidente en el cambio de registro del
protagonista principal, cuya interpretación gana bastantes enteros respecto a
la película inicialmente planteada. Ahora Lankester Merrin es un hombre roto
por la culpa, con una profunda crisis de fe y eso es lo que transmite Skarsgard
tanto física como emocionalmente. Asimismo Harlin, si bien mantuvo a Skarsgard
como protagonista central, cambió a buena parte de los actores principales, contando
para la ocasión con la ex chica Bond Izabella Scorupco en lugar de Clara
Bellar, sustituyendo inclusive al propio personaje femenino dándole en esta
ocasión un mayor peso dramático en la historia, dejando asimismo que el papel
de Padre Francis recayera en James D´Arcy, visto en Master y comander o
Dunkerque, dejando sobre la mesa de montaje todo el trabajo de Gabriel Mann, y
así con varios de los actores que trabajaron con Schrader, respetando sin
embargo a actores como Julian Wadham o Ralph Brown, quienes repiten sus personajes,
logrando al igual que sucede con Skarsgard, componer unas mejores
interpretaciones que en la primera de las versiones de esta cuarta entrega de
la saga.
Si
hacemos un mero ejercicio de comparación entre la película de Schrader y la de
Harlin hemos de defender sin ningún género de dudas esta nueva revisión de la
historia, pudiendo ejemplificar este veredicto con uno de los momentos más
destacados del guion, aquel en el que en plena Segunda Guerra Mundial, el
entonces sacerdote Lankester Merrin es obligado por un oficial de las SS a
escoger entre varios de sus convecinos quien va a morir como castigo por el
asesinato de un soldado alemán. Mientras que en la película de Schrader esta
secuencia se ubica en el prologo de la película y es narrada completamente de
manera lineal, Harlin opta por ir intercalando este momento mediante la
inserción de flashbacks que presentan esta vivencia del protagonista de manera
parcial para finalizar con un montaje paralelo entre presente y pasado, a lo
que hay que sumar que la forma en que uno y otro director han filmado y montado
este instante son diametralmente opuestos, resultando mucho más interesante la
versión de Harlin con esa frase lapidaria espetada por el oficial alemán tras
ver a Merrin rezando, ese “Dios no está aquí hoy Padre”, y que nos hace
entender todo el comportamiento posterior de este personaje tan vital dentro de
toda la franquicia.
A
pesar de las inevitables comparaciones con El exorcista de 1973, lo que le
supone a la cinta de Harlin un constante maltrato tanto a nivel de crítica como
de público, hay que defender una película rodada a contra pie y que sin embargo
logra no solo crear una notable atmósfera asfixiante con un acertado manejo del
suspense por parte del director, sino que aporta a la interesante historia escrita
de inicio por Wisher y Carr el efectismo necesario, y requerido además por los
productores de la película, para dar empaque al resultado final y del que
carecía la versión inicial, con momentos tan evidentes a ese respecto como el
combate entre las tropas británicas y la tribu africana, para culminar con un
exorcismo final más acorde al espíritu originario de la saga. No podemos dejar
de mencionar un pero, y es que a nivel técnico el fallido uso de una infografía,
artificial y muy poco conseguida, hace que cada vez que es utilizada en la
película de cómo resultado unas escenas muy poco creíbles y acartonadas, caso
del ataque de las hienas o cuándo se integra en el exorcismo que tiene lugar en
el interior de la iglesia enterrada bajo toneladas de tierra.
A
Renny Harlin se le encomendó la complicada tarea de resucitar una película que
por momentos agonizaba en la versión de su antecesor en la silla de director, y
hay que decir que el director finlandés es capaz de tomar una situación a
priori harto compleja para ofrecer una digna historia de terror, pero que no
solamente se queda en el aspecto más externo del género con efectos
sanguinolentos y sustos premeditados, sino que es capaz de rascar esa
superficie para hacer que este comienzo de la interesante historia del Padre
Merrin sea algo más, tanto a nivel de historia como de película. Sería la
última vez hasta la fecha que veríamos una nueva entrega de esta interesante
aunque por momentos irregular saga iniciada en 1973 con la excelsa El
exorcista, y que últimamente ha vuelto a ser abordada en formato televisivo,
renovando el lenguaje utilizado en una interesante serie de dos temporadas que
vuelve sobre la historia originaria narrada por William Peter Blatty y dirigida
con brillante maestría por William Friedkin cerca de medio siglo atrás. Y es
que el demonio es un tema de una potencia cinematográfica y terrorífica fuera
de toda duda, y esta historia escrita casi medio siglo atrás da buena muestra de ello.
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