Un grupo de amigos alquilan una embarcación que
les traslade hasta una remota isla desierta en medio de República Dominicana
donde celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. Lo que desconocen es que
el lugar oculta el emplazamiento de un laboratorio secreto en el cual se
encuentra recluido, contra su voluntad, el considerado paciente cero de un
terrible y letal virus que una vez te infecta acaba devorando la carne del
enfermo, resultando cien por cien letal.
Tercera entrega de Cabin fever y primera destinada
directamente a su estreno en formato doméstico, la película está guionizada por
Jake Wade Hall, todo un experto en remakes con trabajos como Carretera al
infierno o La escalera de Jacob, ambas nuevas versiones de títulos icónicos del
terror de mediados de los ochenta y primeros noventa, y quien hace crecer la
historia dejando de lado el ofrecer únicamente un nuevo brote de infección
entre el consabido grupo protagonista, incluyendo al misterioso personaje que
da nombre a la cinta de paciente cero, y abriendo de esta forma la propuesta
mediante una segunda trama enmarcada en el laboratorio médico donde se
encuentra confinado este portador de la enfermedad, quien sin embargo no llega
a desarrollarla. Dirige de manera rutinaria un desconocido Kaare Andrews, quien
ofrece un trabajo del montón, sin ningún aporte de originalidad en el
tratamiento de las imágenes, resultando un título más entre el maremagno de
películas dentro de su estilo y destinados a su explotación dentro del mercado
del alquiler.
La película, como no puede ser de otra manera
en un título de sus características y pretensiones, vuelve a estar interpretado
por un grupo de jóvenes actores de carrera discreta, con, entre otros, nombres
como los de Brandon Eaton, visto en la serie de televisión Dexter, Jillian Murray, más conocida por protagonizar
el enésimo escándalo de sustracción y posterior publicación de imágenes
privadas de contenido sexual de su móvil, o Lydia Hearst, conocida por el fan
del terror zombie de segunda gracias a la serie Z Nation, y que en este caso
interpreta a una improbable asistente médico. Si que cabe destacar la aparición
del veterano Currie Graham, quien ha participado en multitud de series para
televisión como Policías de Nueva York, CSI, Mujeres desesperadas, Agente
Carter o The rookie, y que en Cabin fever 3 interpreta al Doctor Edwards, quien
lidera al grupo de científicos que trabaja en las instalaciones ubicadas en la
isla donde se desarrolla prácticamente toda la trama, y quien presenta ademanes
casi de mad doctor. Pero muy especialmente llama la atención, dando vida al
denominado paciente cero, ver a Sean
Astin, todo un ícono cinematográfico tras dar vida a Mikey en Los Goonies,
convertido en actor juvenil de solvencia en títulos como De tal astilla tal
palo, Operación soldados de juguete o El hombre de California, y rescatado del
semi olvido gracias a la trilogía El señor de los anillos, donde daría vida al
hobbit Sam, uno de los personajes centrales, aunque secundario, del conjunto de
películas dirigidas por Peter Jackson. Este actor aporta nombre y una
interpretación contenida que acaba sumando sobre el resultado final.
Esta tercera entrega rompe diametralmente con
la saga, no enlazando con las dos películas anteriores a través de ningún
personaje ni trama (cosa que si sucedía en la segunda entrega respecto a la
película de 2002), e incluso trazando su propio estilo a la hora de abordar la
historia. Es por ello que la cinta es más oscura y menos absurda en situaciones
que Cabin fever y especialmente Cabin fever 2, y es que, si esta segunda
entrega hacía un viraje hacía el humor más negro y escatológico, aunque
igualmente macabro, en esta ocasión el cambio de rumbo de timón lleva a ofrecernos
una película más seria en planteamientos, más dramática en las situaciones que
aborda, y donde no hay rastro de ese tono paródico, incluso absurdo por
momentos, que tenían tanto la película de Eli Roth como la de Ti West. Eso no
es impedimento para que, por lo demás, la película esté plagada de personajes
mil veces vistos con anterioridad, situaciones abordadas en infinidad de
películas de género y recursos manidos y nada sorpresivos, y que incluso llegan
a aburrir, caso de los minutos que la película dedica a mostrar como dos de los
personajes recorren de manera pormenorizada las instalaciones del laboratorio
una vez dan con este enclave en mitad de la selva. A esto hay que añadir que, a
pesar que de inicio, da la sensación que esta nueva película se atreverá a
abordar elementos explicativos de la infección, su origen o forma de
enfrentarse a ella, precisamente por los arcos argumentales que abre, finalmente
deja todos esos cabos sin resolución, siendo simplemente meras excusas narrativas
sin cierre para tratar de no ser reiterativos en propuestas, a la vez que
aportan metraje que sumar a la película para alcanzar la consabida duración
estándar. Incluso el momento en el que la película te indica y explica mediante
flashbacks la forma en que se ha desarrollado el contagio masivo en el
laboratorio científico, acaba resultando
forzado y sin sentido, reiterándose esa idea de que narrativamente la película,
aunque se esfuerce por demostrar lo contrario, tiene unos andamiajes muy
frágiles, incluso inconexos.
Si bien a nivel de historia, y tal y como
hemos podido indicar, esta tercera entrega adolece de mediocres resultados, a
pesar de sus buenas intenciones de inicio, visualmente la cinta, aunque no
llegando a sorprender en ningún momento, al menos acaba resultando un producto
con un estándar de calidad aceptable. Pero es, una vez más dentro de esta saga,
en los demoledores efectos de la enfermedad sobre los afectados, donde la
película vuelca todos sus esfuerzos, a sabiendas que es esa colección de
heridas abiertas, carne infectada, y pústulas sanguinolentas, el plato fuerte
que ofrecer a los seguidores de la franquicia, no fallando en este aspecto los
responsables de maquillaje y efectos visuales. Con unos infectados que por
momentos nos recuerdan más a una colección de zombies en descomposición, que a
unas víctimas de una mortal bacteria carnívora, hay que destacar la profusión y
el detalle a la hora de mostrar en pantalla a estos personajes y los terribles
efectos de la infección sobre su cuerpo. Y si bien la película ha mantenido a
lo largo de su desarrollado un aire de seriedad en el planteamiento y
desarrollo de la situación, es en los efectos derivados de la enfermedad, donde
acaba desbarrando con ideas como la del agente de seguridad infectado que acaba
por perder de cuajo su mano tras disparar con la pistola que porta. Pero en
este sentido, el plato fuerte lo hallamos en la explícita secuencia en la que
dos de las contagiadas, y que se encuentran ya en los últimos estadios de la
enfermedad, se enfrentan a muerte en un combate repulsivo, lleno de fluidos,
carne en descomposición y sangre, todo un deleite para el aficionado a este
tipo de escenas, y que acaba de una manera sexualmente abrupta.
Cabin fever 3 se presenta como una soportable,
aunque por momentos aburrida secuela, que en sus ínfulas por abarcar nuevos
horizontes dentro de esta serie de películas, acaba por resultar la menos
creíble narrativamente, a lo que hay que unir la sensación de cierto fraude por
no atreverse el guionista a llevar hasta el final esa propuesta abierta con el
paciente cero. Y es que al finalizar la película no vamos a entender nada más
de la enfermedad ni su origen, siendo nuevamente lo más destacable los brutales
efectos de esta afección sobre el grupo de incautos protagonistas. Pero es que,
para ese viaje no hacían falta estas alforjas.
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