GENEROS DE TERROR

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viernes, 1 de marzo de 2019

LA CASA DE LOS 1000 CADÁVERES (HOUSE OF 1000 CORPSES, 2002) 88´



“Si entras no saldrás jamás”

Es 1977 y cuatro jóvenes recorren las carreteras de EEUU en busca de historias curiosas con las que poder escribir un libro. La noche previa a Halloween escuchan en una sórdida atracción de feria en medio de una ruta a ninguna parte la historia del doctor Satán, un médico psicópata que se dedicaba a experimentar con sus pacientes, enfermos mentales, y que fue ahorcado por sus vecinos para desaparecer su cadáver a la mañana siguiente de su linchamiento. Decididos a indagar en la historia, acaban en casa de una familia de psicópatas a cuál más sádico y excéntrico. La tortura y el horror acaban de comenzar.



Rob Zombie debutada en el mundo del largometraje tras foguearse mediante la realización de videos musicales para su propia banda, y lo hacía con una película escrita por el mismo y apoyada por el mecenazgo de Andy Gould, productor ligado a toda la filmografía del director,  la cual, tras haber recibido el respaldo inicial de productoras como Metro Goldwyn Mayer o Universal, vio demorar y hasta peligrar su estreno en cines debido a que ninguna major quería responsabilizarse de distribuir un título cuyo montaje final resultaba desasosegante, macabro, violento y soez. Finalmente sería Lionsgate la encargada de hacer que la opera prima de Rob Zombie viera la luz en la pantalla grande, convirtiéndose casi de inmediato en un título de culto y en el pistoletazo de salida de una filmografía que, con un pequeño puñado de títulos a sus espaldas, ha logrado hacer de Rob Zombie uno de los nombres imprescindibles dentro del cine de horror del nuevo milenio, y aún más, un autor con un estilo y unas marcas identitarias en su forma de hacer cine muy particulares. 



A la hora de hablar del elenco de personajes principales que pueblan la película hay que desechar de inicio a un cuarteto de víctimas concebidas y desarrolladas sobre el papel para la única finalidad de ser eso, unas víctimas de manual dentro del género, y a través de las cuales además, Zombie volvía a poner de manifiesto esa máxima dentro de un tipo de cine del que el director es ferviente admirador, hasta el punto de haberlo convertido en el referente ineludible de toda su filmografía, y es el hecho de mostrar una América profunda desconocida, llena de rednecks llevados al límite y en la que no conviene adentrarse sin conocer sus particulares reglas de juego.  Mucho menos pensar que uno puede invadir este microcosmos dentro de los Estados Unidos, plagado de lo que despectivamente se conoce como white trash, en base a una presunta superioridad moral e intelectual que puede llevarte directamente a la tumba si das con los tipos equivocados, como es el caso. Así pues, los personajes más interesantes, mejor plasmados y más icónicos a la hora de recordar la película, son una familia disocial, terrorífica y con un grado de enfermiza psicopatía muy difícil de superar, los Firefly. El veterano actor Sid Haig, todo un referente dentro de la serie B de los años setenta, pero al que también hemos podido ver en grandes títulos de estudio, con una filmografía que supera el centenar de títulos y donde podemos encontrarnos cintas como A quemarropa, Diamantes para la eternidad, THX 1138, Foxy Brown, La galaxia del terror o Jackie Brown, da vida al capitán Spaulding, un siniestro payaso que regenta una gasolinera donde se ubica además el Museo de monstruos y de locos del capitán Spaulding, toda una oda a los asesinos en serie más representativos de la historia negra de Estados Unidos. La actriz Sheri Moon Zombie, pareja sentimental del director y ya desde su primera película musa de todo su cine, presta sus bellas facciones y sensual físico para interpretar a Baby, en apariencia una inofensiva e iletrada joven que esconde en su interior una brutal e inmisericorde asesina tras una preciosa fachada idónea para captar la atención de incautos automovilistas, como es el caso de los infortunados protagonistas. La actriz logra hacer suyo el personaje ofreciendo una acertada hibridación de erotismo, inocencia y salvajismo, iniciándose además desde este mismo momento una especie de marca de la casa de Zombie por la tendencia de este a mostrar en pantalla, en muchas ocasiones en innecesarios primeros planos, el trasero de su mujer en lo que hay que entender como un juego de comicidad entre la pareja.  Bill Moseley, todo un nombre propio dentro del cine de terror desde que diera vida a Chop-Top en la segunda entrega de La matanza de Texas, título al que indefectiblemente hemos de volver si hablamos de La casa de los 1000 cadáveres, se deja la piel en otro de esos personajes para el recuerdo, Otis, el hermano con ínfulas de macabro artista de Baby, para quien la tortura, la violación y la necrofilia son solo algunos de sus principales señas de identidad. Todo un psicópata sin atisbo de empatía y que encaja a la perfección dentro de la familia Firefly, con la que Zombie quería llevar al límite los postulados de un tipo de películas nacidas a raíz del éxito de La matanza de Texas y protagonizadas por familias de asesinos movidos por el simple placer de matar. Finalmente el cuarto miembro más relevante dentro la familia Firefly es aquel al que da vida la actriz Karen Black, la mamá del clan, quien rivaliza en su afán de seducción con su hija pequeña y que sirve como elemento unificador de toda la caterva de miembros familiares a los que hay que añadir al abuelo Hugo, interpretado por Dennis Fimple en su último trabajo antes de fallecer, (la película está dedicada a su figura), el benjamín Tiny, un gigantón desfigurado por el fuego a quien presta su particular físico coronado por una altura de  dos treinta Matthew McGrory, quien también sería el coloso de la cinta de Tim Burton Big Fish o Rufus, otro de los hermanos de esta amplia unidad familiar. Por último, y dentro de este apartado que engloba al elenco artístico de la película, cabe destacar como ya desde su primera película Rob Zombie iniciaba una tendencia aún por eclosionar (sería con su siguiente obra Los renegados del diablo que esta idea sería totalmente patente), y que consistía en rodearse de actores muy ligados tanto al cine de terror como a la serie B, siendo este uno de los nexos de unión entre Zombie y Quentin Tarantino a la hora de abordar sus películas y que citaremos más adelante. Finalizaremos de esta manera citando los nombres de Tom Towles (Henry, retrato de un asesino, La noche de los muertos vivientes en su remake de 1990), Michael J. Pollard (Bonnie & Clyde, Los fantasmas atacan al jefe, Tango & Cash) o Walton Goggins (muy en boga tras aparecer en las cintas de Tarantino Django desencadenado y Los odiosos ocho) entre un reparto plagado de rostros familiares para el espectador más avezado.



Con La casa de los 1000 cadáveres Rob Zombie nos sumerge en su particular atracción de feria, algo similar a lo que hace el Capitán Spaulding con el grupo de jóvenes que se detiene en su local, acomodándonos el director en un destartalado y siniestro vagón del tren de la bruja y proponiéndonos una viaje a los infiernos mezclado con un freak show donde es evidente que se apuntan manera de grand guignol en su vertiente más degenerada. Zombie aprovecha el material con el que cuenta para experimentar igualmente a nivel técnico, ofreciendo innumerables y valientes juegos visuales y poniendo toda la carne en el asador, máxime tratándose de una primera película, en la cual podía haber tratado de ser más conservador en las formas. No es el caso. Mezcla texturas, degrada la película, voltea los colores del fotograma, usa el blanco y negro, llena de grano algunas escenas…todo sirve en su intención de incomodar al espectador en su butaca, evidenciándose en el proceso la experiencia del director dentro del video musical, un género más afín a este tipo de ensayos, que sin embargo funciona dentro de una propuesta cinematográfica que no se conformaba con ser una más dentro de un género tan colapsado de títulos como es el terror, y que parecía obsesionada con ejercer todo un golpe de efecto dentro del cine de horror del momento.  



La película sirve como elemento catalizador de todas las filias del director por el cine de género, quedando de manifiesto la admiración de este por todo el cine de terror surgido en los años setenta, no solo porque sea este el momento histórico en el que se ubica la película, y por extensión la práctica totalidad de la filmografía que estaría por llegar, sino porque se trataba de un tipo de películas, que marcadas por un contexto histórico descorazonador (Watergate, guerra de Vietnam, crisis económica) eran tremendamente pesimistas, brutalmente directas y con un innegable  halo de incomodidad en su visionado. Títulos como La última casa a la izquierda, La violencia del sexo o Las colinas tienen ojos son perfectos exponentes de este estilo, aunque no descubrimos nada nuevo si decimos que sería Tobe Hooper y su Matanza de Texas, el principal referente de Zombie, es más, si hay que citar un único título como el más representativo de este debut que es La casa de los 1000 cadáveres habríamos de señalar a La matanza de Texas 2, cuyo estilo, formas, personajes y ambientación pueblan todos y cada uno de los fotogramas de la opera prima de Zombie. Pero no solo de Hooper se alimenta la cinta, la cual se nutre de otras pasiones, como es el amor de su director por el cine clásico de terror, con esa presentación inicial incluida, los insertos en claro homenaje a La mujer y el monstruo o los guiños a los hermanos Marx con los nombres escogidos para bautizar a los miembros de la familia Firefly,  siendo el Capitán Spaulding (personaje de Groucho en el título de 1930 El conflicto de los Marx) el más evidente. Y es que antes que director Rob Zombie se manifiesta como un ferviente fan del género en particular y del cine en general.




La película ahonda en una violencia sin filtros para narrar los acontecimientos del desafortunado grupo de viajeros, algo que como ya apuntábamos, por poco le cuesta su distribución, y eso que se cercenó parte del montaje inicial para eludir una X que colgaba como espada de Damocles sobre el material inicial. Pero esta violencia gráfica no lo es únicamente en base a los actos violentos cometidos por los Firefly, sino que empapa igualmente el lenguaje soez utilizado por estos o la propia desnudez de los cuerpos inertes que pueblan la granja familiar de la familia de psicópatas. Para quien piense que Zombie abusa de lo explícito como única manera de crear tensión y un ambiente opresivo hay que mencionar que es capaz igualmente de usar la cámara, el montaje y un soberbio score musical para, con habilidad quirúrgica, mostrarnos varios momentos de insoportable angustia, como esa escena de apertura que ilustra un fallido atraco en el negocio del Capitán Spaulding y que acabará trágicamente para la pareja de incautos asaltantes. Pero si hay que destacar un momento capaz de, sin apenas violencia en contraposición a otras escenas mucho más sanguinolentas, dejar al espectador tocado, es la secuencia en la que los dos policías y el padre de una de las jóvenes desaparecidas son abatidas por los implacables Firefly, coronada por un plano que el director aguanta hasta parecer ha sido congelado y que finaliza con el asesinato a bocajarro de uno de los dos agentes. 



Como apuntábamos la película contiene una estupenda selección de temas musicales que además están perfectamente insertados en las secuencias a las que acompañan, aumentando su impacto visual varios enteros. Es este otro elemento que acerca a Zombie, con las más que evidentes diferencias de géneros y talentos de ambos, a Quentin Tarantino, y no es el único. La utilización de un universo propio que va tomando forma con cada nuevo título a estrenar, o una caterva de personajes personalísimos que encajan a la perfección dentro del mismo, son otros puntos de conexión entre el cine de ambos directores. 



La casa de los 1000 cadáveres se manifiesta como una más que interesante carta de presentación, que si bien es cierto adolece de un acto final excesivamente pirotécnico y excesivo en lo que a la historia se refiere y con en el que Zombie no logra cerrar de manera redonda la película, supuso un soplo de aire fresco en un género que necesitaba de alguien como Zombie y de otros directores surgidos a comienzos del nuevo milenio como Eli Roth o Alexandre Aja, para de esta manera revitalizar un tipo de cine anquilosado en el estilo teen más comercial donde la sangre era un bien escaso. Pero no se preocupen por eso, agárrense a sus asientos, no saquen los brazos de la atracción y prepárense para un descenso a los infiernos tan aterrador como disfrutable, eso es La casa de los 1000 cadáveres.

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