Hasta la desvencijada granja de los Firefly
llegan numerosos coches patrulla comandados por el sheriff Wydell con la
intención literal de “impartir la justicia de Dios”, y es que este agente de la
ley tiene cuentas pendientes personales con la familia de asesinos de su
hermano.
Apenas tres años después de filmar La casa de
los 1000 cadáveres y tras convertirse la opera prima de Zombie en pieza de
culto dentro del cine más underground, nos llegaría esta continuación de las
andanzas de la familia de psicópatas protagonistas de dicho título. Sin embargo
su director plantearía esta secuela como un trabajo totalmente diferente,
inclusive opuesto, tanto a nivel visual como conceptual, ofreciendo un título
más directo, veraz y con un mayor tono documental que la película de 2002, que
como apuntamos en su momento ofrecía un aire más alocado, surrealista y hasta
fantasioso, casi de casa del terror para amantes de lo freak.
Zombie volvería a contar nuevamente para dar
vida al triplete de asesinos con los actores Sid Haig, Bill Moseley y Sheri
Moon. Haig continua dando vida a un Capitán Spaulding que, aunque igualmente
dotado de un negrísimo sentido del humor, aporta un tono más paternal y
consciente de la que se les viene encima a él y sus vástagos, aumentando de
hecho su peso en la trama con lo que respecta a La casa de los 1000 cadáveres.
Igualmente Bill Moseley hace que Otis abandone ese aire de artista de lo
macabro para adoptar el rol de un Charles Manson indisimulado, incluso en
cuánto a aspecto físico se refiere, y al que incluso se permite el lujo de
tomar prestadas frases tan icónicas como aquella que dice, “Soy el diablo y he
venido a hacer las cosas del diablo”. Por su parte Sheri Moon continua dando
vida a la dulce y cruel Baby, quien sabedora de su físico y belleza lo utiliza
a placer como trampa de aquellos incautos que tengan la desgracia de toparse
con ella y su familia. En el caso del personaje de la matriarca del clan, los
desacuerdos económicos con Karen Black llevaron a sustituirla por la actriz
Leslie Easterbrook, para toda una generación la sargento Callahan de la
interminable franquicia Loca academia de policía, y con quien Zombie volvería a
contar para un pequeño papel en Halloween, el origen. Pero el gran personaje
que Los renegados del diablo aporta a la historia de los Firefly es el del
sheriff Wydell, un agente de la ley que no dudará en saltarse las normas a la
hora de dar caza al grupo de criminales prófugos, convirtiéndose por el camino
en aquello a lo que más odia, y a quien presta su brutal carisma un William
Forsythe en estado de gracia. Forsythe es un enorme actor acostumbrado a
papeles secundarios y cuyo talento no ha sido nunca del todo reconocido,
habiendo no obstante participado en películas tan celebradas como Erase una vez
en América, Arizona Baby, Dick Tracy o Cosas que hacer en Denver cuándo estás
muerto. Como apuntamos en la reseña de La casa de los 1000 cadáveres, es en Los
renegados del diablo que despunta la tendencia por Zombie a la hora de dejar
asomarse entre su cine a grandes nombres dentro del cine de la serie B más potente
y en la mayoría de los casos cercana al género de terror. Por esta parte no
podemos obviar las apariciones bien simbólicas, bien con peso en la historia de
Ken Foree (Zombi), Steve Railsback (Lifeforce), Tyler Mane (Halloween, el
origen), Kane Hoder (Viernes 13), Duane Whitaker (Pulp fiction), Ginger Lynn (musa del
cine X de los noventa), Deborah Van Valkenburgh (The warriors), P.J.Soles (La
noche de Halloween), Michael Berryman (Las colinas tienen ojos), Tom Towles
(Henry, retrato de un asesino) o Danny Trejo (Machete) en lo que es todo un
deleite para el aficionado más cinéfago.
La película presenta, frente a la eclosión
visual de La casa de los 1000 cadáveres, unas formas mucho más serenas y
cimentadas en un estilo fácilmente reconocible y que hibrida entre el western,
con ecos evidentes al gran Sam Peckinpah en la enorme secuencia final, y una
road movie al uso, presidida por una fotografía que saca todo el partido a unos
escenarios áridos e inertes y enmarcada entre tonos ocres y rojizos. Zombie
utiliza en esta ocasión la cámara de una forma mucho más académica y sosegada
frente a los juegos y experimentación presentes en su opera prima, logrando que
esta, su segunda película, pueda ser considerada su obra más madura y redonda,
tanto a nivel técnico como de historia y construcción de personajes.
Precisamente la forma en que el director
desarrolla a unos protagonistas ya presentados en La casa de los 1000 cadáveres
es uno de los elementos que más descoloca al espectador. Tenemos claro, y la
propia película se encarga de refrendar, que los Firefly son unos personajes
canallas, inmisericordes y miserables en sus actuaciones. Torturan, violan, destrozan psicológicamente y finalmente matan
a sangre fría a unas víctimas inocentes y escogidas al azar, y únicamente por
el propio placer de hacerlo, no hay una causa mayor, no hay una justificación a
sus actos, aunque posteriormente trate de darles una profundidad diferente
mostrando momentos de asueto entre los tres protagonistas principales, como la
escena en la que comen helado o el inserto final de imágenes de estos
comportándose como una familia al uso. Frente a estos tenemos un antagonista de
altura en el papel del sheriff Wydell, un hombre presentado como un
representante de la ley de la vieja escuela, fuerte en sus convicciones, las
cuales considera casi como mandato divino, tenaz en su persecución de los
Firefly y al que además mueve un aire de venganza en sus actos. No tardará este
en virar su conducta hasta llegar al asesinato, saltándose de esta forma las
propias normas de las cuales debería ser garante hasta llegar a convertirse en
su afán por impartir justicia en un emulo de aquello de lo que más odia. Este
hecho nos posibilita el ser testigos de una de las escenas más representativas
de la película, en la cual los cazadores han sido cazados y sufren en sus
propias carnes las torturas a los que estos asesinos acostumbran a infringir
sobre sus víctimas. De esta forma no hay lugar en Los renegados del diablo para
los personajes positivos, ya que incluso Charlie Altamont, buen amigo del
capitán Spaulding y encubridor de los Firefly en su huida a ninguna parte no
duda en venderle al sheriff Wydell cuándo ve amenazada su estabilidad
patrimonial.
Como ya sucediera en La casa de los 1000
cadáveres, la película está envuelta en una selección de temas musicales
tremendamente atinados en la forma en que están integrados en el montaje final,
y que además no se limita a tirar del género cultivado por el propio Rob Zombie
en su carrera como músico, sino que incluye temas de góspel, blues o country
entre otros, recuperando grandes canciones de los setenta e imbuyendo de esta
forma al espectador un poco más la trama, en el contexto histórico y social de
la misma y en un ambiente muy particular y definido.
Zombie
ofrece con Los renegados del diablo una secuela inmediata de su primera
película como director pero abandona el estilo adoptado en su opera prima para
cambiar radicalmente de género, aunque sin abandonar a la vez el terror,
pausando el estilo, la historia (eliminando incluso del montaje todo lo
relacionado con el personaje del doctor Satán, posiblemente el elemento más
complejo de incorporar a una película más seria como es el caso) y humanizando
los personajes, pero no dotándoles de mayor humanidad, sino de mayor
verisimilitud. Pero si hay algo que Zombie no deja de lado es su pasión por
mostrar la violencia en pantalla, tanto en su vertiente más tortuosa como
gráfica. De esta manera nos encontramos con toda la escena en la que los
protagonistas torturan hasta la extenuación a los miembros de un grupo de
música los cuales tienen la mala fortuna de juntarse en el camino de los
Firefly, logrando además Zombie que el espectador llegue a incomodarse con el
nivel de sadismo alcanzado, y no necesariamente abusando de la sangre y de la
explicitud. Algo que refrenda además en un uso del gore sin complejos, pero
enmarcado en la premisa de la película de mostrar una violencia real y
tangible, lo que la hace aún más atroz.
Segunda entrega de las correrías de los Firefly
con la que Zombie sale de su zona de confort para, en lugar de rodar una La
casa de los 1000 cadáveres parte dos, utilizar la fuerza de unos personajes
dados a conocer en esta cinta para abordar un título diametralmente diferente.
Solo queda esperar si en el estreno que vendrá de un tercer acto titulado 3
from hell, el director volverá a ejecutar un nuevo salto mortal sin red. Y es que en el caso que nos ocupa la jugada
le salió prácticamente redonda.
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