GENEROS DE TERROR

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domingo, 28 de noviembre de 2021

CISNE NEGRO (BLACK SWAN, 2013) 108´


Nina, miembro de una prestigiosa compañía de danza de Nueva York,  está obsesionada con protagonizar El lago de los cisnes. Por ello, cuando es elegida como primera bailarina para la conocida obra de Chaikovski, inicia, en la búsqueda de la perfección artística, una metamorfosis personal hasta lograr dar con su lado más oscuro.

El realizador Darren Aronofsky, tras sorprender con la surrealista y matemática Pi, fe en el caos, abordar el mundo de las adicciones con Requiem por un sueño y hablar del ocaso tras el éxito con El luchador, nos propone en esta ocasión un descenso a los infiernos de la locura de la mano del personaje central de una película que acaba pervirtiendo el mundo de las artes, en este caso utilizando una disciplina tan dura y competitiva como es el baile clásico. Es por ello que no podemos evitar que la película nos traiga ecos del Suspiria de Dario Argento, en tanto ambas películas utilizan como trasfondo el mundo de la danza como escenario central en el cual se va gestando una pesadilla, siendo la principal y más obvia diferencia entre ambos títulos en que, mientras que en el caso del clásico de 1977 el elemento subversivo y aterrador tiene lugar externamente a la protagonista, ejemplificado en una presencia malsana que va provocando ese aura maligno que puebla la historia, en esta ocasión esta perversión de la realidad tiene lugar en el propio interior del personaje de Nina Sayers, la gran protagonista de Cisne negro. Sin embargo, sí que ambos trabajos coinciden en contraponer esa degradación progresiva de la normalidad con una presentación visual llena de belleza, en el caso de la obra de Argento mediante el uso de una saturación en la utilización de los colores, mientras que Aronofsky juega a presentar una elegancia formal propia del mundo en el que se desarrolla la trama, demostrando su realizador un portentoso manejo de la cámara, a la que en no pocas secuencias involucra en las secuencias de danza presentes en la película, introduciéndola de hecho dentro del propio baile, logrando de esta manera la inmersión del espectador en los números musicales, tanto en los ensayados como en los representados a lo largo de la película.

En ese viaje a la peor de las caras del ser humano la película contiene ecos de dos clásicos literarios como son El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde y El retrato de Dorian Grey. De la historia de Robert Louis Stevenson se apropia de la idea de la existencia de una dualidad en las personas, esa doble cara que pugna por definirnos, y donde por lo general nuestros más bajos instintos acaban subyaciendo frente a una personalidad más controlable y sociable. Por su parte, de la obra de Oscar Wilde toma prestada esa idea representada por la frase «lo único que vale la pena en la vida es la belleza, y la satisfacción de los sentidos», y así, mientras el personaje central trata de manera denodada de alcanzar la perfección artística, va pervirtiendo cada vez más su propia psique, llegando a un estado de locura incontrolable. Mientras que en la obra de Wilde era el citado cuadro quien iba reflejando la degradación del protagonista, en este caso el director utiliza en varias ocasiones los espejos como fuente de reflejo de una nueva persona que pugna por hacerse con el control del personaje de Nina, en lo que acaba resultando un proceso de metamorfosis inverso, en este caso de mariposa a oruga, más concretamente, de cisne blanco a cisne negro.

Pero esta transmutación tan progresiva como radical no tiene lugar únicamente por la propia actuación interna de una protagonista que va siendo poco a poco poseída por su otro yo, sino que esta es empujada de alguna manera por los diferentes personajes que pueblan la historia y que, de una manera u otra, son partícipes directos o indirectos de esta caída a un abismo de locura. Llegados a este momento no podemos dejar de alabar la interpretación de una Natalie Portman hipnóticamente brillante y tremendamente desgarradora, gracias a la cual logramos ver la evolución de su personaje, la cual tiene lugar en consonancia con el desarrollo de los ensayos de la obra musical sobre la que pivota toda la  película, pudiendo vislumbrar tanto a nivel físico como emocional como la actriz, quien ya nos enamorara con su debut en El profesional, se metamorfosea de cisne blanco, cándido, perdido y débil en un mundo plagado de celos y exigencias profesionales llevadas al límite de lo soportable tanto física como emocionalmente, en un cisne negro que saca del personaje al que da vida Portman todo su lado más tétrico y reprimido. La actuación de la intérprete israelí se apoya en la propia fisicidad del personaje, así como en un uso gestual y de miradas que van llevándonos hacía ese otro yo que lucha por ganar la partida, siendo tremendamente loable además el esfuerzo de la intérprete a la hora de filmar ella misma la mayor cantidad posible de secuencias de baile, polémicas inútiles aparte basadas en el número de planos en los que una doble se encargaría de filmar los más complicados movimientos de danza vistos en pantalla, y que no restan un ápice de una meritoria interpretación, y totalmente merecedora del Oscar con el que la actriz sería galardonada. Le acompañan  en este viaje a la locura una Mila Kunis a quien muchos descubriríamos en la prescindible American Psycho 2, tratando de dar la réplica y sustituyendo a un Patrick Bateman consagrado gracias  a la interpretación de Christian Bale, y que en esta ocasión nos brinda una estupenda interpretación como ese personaje contrapuesto al de Nina, que hibrida entre cómplice y némesis de la protagonista, y detonante del viaje que el personaje de Portman inicia para dar con su yo más oscuro, recordándonos su papel por momentos al Tyler Durden de El club de la lucha, sintiéndola como una alocada y decidida contrapartida de una protagonista apocada y reprimida. Por su parte, el francés Vincent Cassel da vida a un narcisista, ególatra, algo misógino y repulsivo director de la compañía de danza, otro de los grandes responsables de abocar a la protagonista, dentro de la exigencia artística llevada al límite, a un camino de no retorno. Por último remarcar que una Nina convertido en un animal herido no logra encontrar consuelo dentro de casa, donde le espera la figura de una madre que ve en el talento de su hija para la danza una esperanza de redención propia, tras tener ella misma que dejar ese mundo precisamente para criar a Nina. Dicho papel recae en una Bárbara Hershey, protagonista de la angustiosa El ente, cuya relación madre-hija presidida por cierto componente enfermizo y controlador, nos hace por momentos recordar a la pareja formada por Sissy Spacek y Piper Laurie en Carrie, una película que también abordaba el viaje hasta la locura de su protagonista. Aunque manifestar en defensa del personaje de Hershey, que es quien finalmente trata de ayudar a la protagonista, aunque desgraciadamente ya sea demasiado tarde. Por último, y referente al apartado interpretativo, hay que reconocer tremendamente acertado la colaboración de Winona Ryder como anterior primera figura del ballet al que pertenece el personaje de Nina, quien ha venido a sustituir a una ex bailarina incapaz de asumir su nuevo rol lejos de los focos. Y es que el parecido físico entre estas dos actrices posibilita el jugar a la idea de que ambas se vean representadas en la otra, el personaje de Winona viendo en el de Natalie esa estrella en ciernes que ella llegó a ser, mientras que  Portman ve en una Ryder anulada física y mentalmente su propio futuro.

Destacar como la película consigue incomodar, no solo en el terreno más psicológico, con ese juego de confusión, reflejos y momentos que no sabemos si son reales o creados en la mente de la protagonista, sino que, igualmente, genera una desazón de tipo físico. Y es que su director se encarga de hacernos encoger en la butaca por la dentera que nos produce ver el límite al que es llevado el cuerpo a la hora de tratar de ejecutar con precisión quirúrgica los más complicados movimientos de baile, idea reforzada además por las lesiones auto infringidas por Nina tratando precisamente de huir del dolor físico producido por unos ensayos llevados hasta el confín de la exigencia.

Un título que es un perfecto ensayo sobre la locura a través de la mirada de quien acaba resultando una niña asustada que, en aras de dar lo mejor de sí misma y en un mundo tremendamente exigente, competitivo y narcisista, es empujada a dar con yo más autodestructivo. Esa última mirada de la bailarina ya como cisne negro constituye el mejor resumen de un viaje a la demencia que, por desgracia, no queda limitado a ser mero género dentro del terror de una sala de cine.

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