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jueves, 12 de diciembre de 2019

EL EXORCISTA 2: EL HEREJE (THE EXORCIST 2: THE HERETIC, 1977) 113´



El padre Lamont es designado por la jerarquía eclesiástica para investigar la muerte del Padre Merrin mientras realizaba un exorcismo. Han pasado cuatro años de estos acontecimientos, y la niña objeto del ritual es ahora una bella adolescente que no recuerda nada de los acontecimientos acaecidos cuándo tenía trece años. Un experimento de hipnosis regresiva para tratar de esclarecer lo sucedido provocará, sin embargo, desencadenar viejos fantasmas del pasado. 



El incontestable éxito de crítica y público de El exorcista cuatro años atrás, prácticamente obligaba a Warner a la realización de una secuela, continuación para la cual la productora no escatimaría en medios, convirtiéndose en la película más cara hasta la fecha de la productora. Sin embargo, y pese a que la cinta no sería precisamente un fracaso de taquilla, recaudando en Estados Unidos más del doble de su coste, aunque eso sí, sin llegar a las brutales cuotas del título dirigido por William Friedkin, esta secuela sería tildada de auténtico desastre fílmico, hasta llegar a considerarse una de las peores películas de la historia. Sin embargo es de justicia ahondar en esta compleja segunda parte sin dejarse llevar por la histeria colectiva y remarcando tanto sus elementos de interés como evidentes fracasos.



La película sería dirigida por John Boorman, director que ya se había sondeado en su día para encargarse de la primera entrega. Poseedor de una interesante, y a la par extravagante filmografía, con títulos como A quemarropa, Infierno en el Pacífico, Deliverance, Zardoz o Excalibur, este autor siempre se ha caracterizado por convertir a la naturaleza en un protagonista más de la historia (algo especialmente evidente en Deliverance), construyendo películas complejas y poseedoras de varias lecturas, constantes que en el caso de El exorcista 2 también están presentes. El libreto de la película sería encargado a William Goodhart, un inexperimentado guionista que se convertiría en blanco de todas las dianas por ofrecer una historia caótica, ampulosa y con una pretenciosidad que era todo lo contrario de la simplicidad argumental con la que William Peter Blatty había planteado su novela y posterior guion que acabaría convertido en El exorcista.



La película pudo contar con un interesante elenco de intérpretes, un reparto a priori soberbio y que sin embargo acaba por naufragar en base a un sinsentido argumental que desemboca en ver a grandes nombres de la interpretación paseando entre las secuencias sin saber muy bien de qué trata la película. Estos están comandados por un Richard Burton en marcada decadencia y que generaría durante la filmación no pocos momentos problemáticos debido a su adicción al alcohol, y que se encarga de componer un sacerdote pasado de vueltas y por momentos caricatura de la comedida interpretación brindada por Max Von Sydow en la primera película. Por cierto que el actor sueco repite papel insertado en varios flashbacks, aunque en esta ocasión se le encuentre igualmente perdido por momentos, mientras que en otros instantes vemos como se limita recitar sus líneas sin creérselas demasiado. Linda Blair, cuyo nombre aparece en primer lugar en los títulos de crédito, síntoma de su importancia en la dupla de títulos, es la otra actriz de la primera película que repite en su rol de Regan, siendo sin embargo más explotada en su vertiente de curvilínea adolescente enfundada entre gasas semitransparentes, que en su faceta como actriz. A esto hemos de unir que la intérprete, lejos de la absoluta predisposición demostrada en la película de Friedkin, en esta ocasión se negó en redondo a volver a ser sometida a las largas y tediosas sesiones de maquillaje de cara a caracterizarla como endemoniada, negativa que obligó a la utilización de una doble, lo que acentúa aún más el carácter de absoluta irrealidad de la historia. Buscando a alguien que pudiera dar la réplica a Ellen Burstyn, quien no quiso participar en la continuación, se contrataría a otra gran actriz secundaria como Louise Fletcher, galardonada con el Oscar por su rol de malvada enfermera en Alguien voló sobre el nido del cuco, y un valor seguro, como así queda probado en El exorcista 2, donde intenta dignificar un papel que sin embargo a priori no encaja en la trama de posesiones que al fin y al cabo es lo que es, o debiera ser, El exorcista. Para concluir el apartado de intérpretes, la película cuenta con James Earl Jones, otro de esos secundarios de lujo que aportan caché y enjundia a todo aquel título en el que participan, y conocido por, entre otras cosas, ser la voz de Darth Vader en La guerra de las galaxias y secuelas y Mufasa en El rey León, o por encarnar al villano Thulsa Doom en Conan el Bárbaro en una extensa y excelsa carrera cercana a los doscientos títulos. Como curiosidad remarcar que en la película coinciden Linda Blair y, en un breve papel como aviador que traslada al padre Lamont a la ciudad dorada de adobe, Ned Beatty, volviendo a coincidir ambos intérpretes trece años más tarde en la comedia paródica Reposeida, toda una sátira de El exorcista con el ineludible Leslie Nielsen como maestro de ceremonias principal.



La película sufre principalmente las consecuencias de un guion nefasto y confuso, que mezcla conceptos como la religión, la psicología o las propias posesiones en un ininteligible batiburrillo que deja atrás en el camino buena parte de ese aura de tintes teológicos apuntados en la película de Friedkin y que resultaban sumamente interesante a la hora de conectar la historia con nuestros miedos más ancestrales basados en la propia fe. Con la aportación de ideas totalmente alocadas, como esa máquina sincronizadora de ondas cerebrales que conecta psíquicamente a dos personas como el ejemplo más representativo de las extravagantes ocurrencias del guionista a la hora de hacer avanzar la película, no es de extrañar que por momentos la película se pierda entre sus propios planteamientos haciendo del totum revolutum una marca de la casa. Y es que El exorcista 2, título que el director quiso fuera estrenada bajo el nombre de El hereje y sin apostillar su dependencia de la cinta de 1973, de ahí el subtítulo de la cinta, se alejaba de manera consciente de la historia de Peter Blatty y posterior película para tratar de crear un universo propio, volviendo sin embargo a la obra referencial en un acto final que, curiosamente, se encuentra entre lo mejor de la película, con ese regreso a la vivienda de Regan en Georgetown, escenario que en esta ocasión hubo de crearse de manera completa en estudio, calle incluida, debido a la negativa a la hora de dejar filmar a los responsables de la película en dichas ubicaciones. 

   

Y sin embargo sí que cabe alabar una dirección de John Boorman, aunque caiga, amparado en el caótico guion, nuevamente sobre constantes algo cargantes del realizador como son los elementos de índole metafísico o filosófico, elementos a los que el confuso y pretencioso libreto le vienen muy bien a la hora de dotar a la película de un aura de madurez narrativa que sin embargo se antoja aletargante. Por contra la película es notable a nivel técnico y visual, destacando la estupenda fotografía de William A. Fraker, quien ya había participado en tareas de iluminación en La semilla del diablo, y que adapta esta a los diferentes escenarios, tan contrapuestos además, como son los ambientes urbanitas comandados por una arquitectura imposible y de índole futurista y casi fantasiosa y los parajes naturales, donde se potencia el elemento salvaje e indomable del lugar con no pocas instantáneas que se antojan de un tono pictórico indiscutible. Asimismo cabe resaltar el diseño de producción, y que logra enmarcar a este exorcista como una cinta sumida en un aura eminentemente onírico, cuasi irreal, algo que se contrapone frontalmente a la manera en que se ejecutó la primera entrega, marcada por la veracidad y una estética y maneras totalmente asépticas. Esta idea queda representada en la dualidad entre como acaba la primera entrega y como comienza esta segunda. Así, mientras que la película de 1973 concluía con  un último acto protagonizado por el ritual de exorcismo, donde, ávida cuentas de los recursos más forzados de cara a potenciar el terror de las secuencias, este se filma con rigurosidad y sin ampulosidades innecesarias, en esta ocasión la película se abre nuevamente con un exorcismo, pero en esta ocasión mucho más teatralizado, guiñolesco y con un final totalmente pirotécnico, idea que además podemos trasladar a la propia escena del encuentro final entre el padre Lamont, Regan y el demonio en la casa de la joven, donde los efectos visuales y los golpes de efecto copan la trama en detrimento de un desarrollo más constreñido y centrado en la creación de un ambiente opresivo y terrorífico, tal y como sucedía en el primer exorcista.



Mención aparte merece la banda sonora, obra del siempre acertado, en no pocas ocasiones genial, Ennio Morricone, quien con esta película ejecutaría el primero de sus trabajos fuera de su Italia natal, y que contrariamente a lo que sucedía con el título pretérito, compone un score musical completo para la película, logrando de una parte captar todo el trasfondo amenazante de los escenarios africanos con temas donde predominan los aires tribales, los tambores y los coros, en franca contraposición, una vez más, con el bello tema dedicado a la joven protagonista, inundado por la melancolía y el preciosismo. Un elemento la música que es otro de los grandes logros de la película, donde queda patente el empeño en medios y presupuesto que por parte de la productora se puso para ofrecer al público una secuela de altura.



Un perfecto resumen a todo lo expuesto es que esta continuación no logra encajar todas las piezas con las que cuenta, con lo que, a pesar de una bella factura técnica y del buen hacer de Boorman a la dirección, el hecho de querer de manera consciente alejarse demasiado de la cinta original creando un universo propio, acaba por confundir a director, actores y a los propios espectadores, resultando una obra que, presentada en un más que estimable envoltorio, acaba por naufragar en el fondo, redundando en una película formalmente notable pero tremendamente aburrida. Pero y aún con todo, tampoco es el execrable título que mucha gente se empeña en describir, algo que viene precisamente de una continua comparación con la, por otra parte, obra maestra que es la película de 1973 dirigida por William Friedkin.

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