Kate Miller sufre una insatisfacción en su vida conyugal y en sus
relaciones sexuales con su marido que la llevan no solo a acudir a la consulta
de un psiquiatra para abordar este vacío en su vida diaria, llegando incluso a
mantener un fortuito y casual encuentro sexual con un absoluto desconocido.
Es constante ese mantra entre aficionados del
cine y la crítica especializada que viene a definir a Brian De Palma, director
de la película y autor asimismo del guion, como un imitador del cine de
Hitchcock, lo que vendría a ser una pueril banalización de uno de los grandes
estetas de la historia del cine, así como poseedor de un lenguaje
cinematográfico y una impronta visual tremendamente personal y arriesgada, un
sello o marca en su cine que le hace plenamente identificable como autor. Lo
cual no viene a desmentir la influencia que Hitchcock y sus películas han
marcado en la filmografía de un De Palma que de hecho en Vestida para matar
orquestaba su particular revisión de ese clásico imperecedero que es Psicosis.
Y es que no hace falta ser muy ducho para
descubrir las similitudes entre ambas películas, partiendo por ejemplo de ese
inicio y final de Vestida para matar y que De Palma ubica en un escenario tan reconocible
para el fan de Psicosis como es una ducha, aunque en esta ocasión no se
produzca ningún asesinato en el interior de la misma, posiblemente consciente
el director de la imposibilidad de mejorar lo filmado por Hitchcock dos décadas
atrás. Pero sí que el director convierte al espectador en la citada primera
escena en émulo del Norman Bates de la película estrenada en 1960, haciendo de
este un voyeur de ese tórrido momento que muestra la masturbación del personaje
al que da vida Angie Dickinson, sirviendo además esta secuencia como carta de
presentación de un personaje con un calado trasfondo sexual. Y sin embargo sí
que De Palma se marca su particular secuencia de asesinato emulando la más
famosa escena de la película de Hitchcock, pero ubicándola en esta ocasión en
otro espacio cerrado como es un ascensor, jugando igualmente el director con la
multiposición de planos y ofreciéndonos además la partitura musical compuesta
por Pino Donaggio, colaborador habitual del director, ciertos ecos de la famosa
melodía creada por Bernard Herrmann para Psicosis. Aunque cabe decir que este
momento es más explícito que el orquestado por Hitchcock en su momento, y es
que en este caso el color saturado de la sangre y la abierta exposición en
pantalla de las heridas propinadas a la víctima, y que en la película de 1960
no llegaban a mostrarse tan abiertamente aunque el espectador si creyera
verlas. Todo ello dota de mayor profusión en el uso de la violencia explícita a
este momento icónico. Pero que Vestida para matar es la traslación que hace De
Palma de Psicosis a su particular universo cinematográfico plagado de
fetichismo, sexo y violencia se sustenta igualmente en la presencia de un
asesino travestido marcado por un trauma, en este caso versado también sobre su
propia sexualidad, tal como sucedía con el Norman Bates interpretado por
Anthony Perkins aunque en esta ocasión sin esa dependencia materno filial. Y lo
mismo sucede con esa idea revolucionaria en su momento y que descolocaría
notablemente al espectador de la época de acabar con la protagonista de la
película a la media hora de metraje, haciendo lo propio De Palma con el
personaje de Kate.
Sería Angie Dickinson la encargada de replicar
el rol de Janet Leigh. Dickinson era por aquel entonces una veterana intérprete
conocida por aparecer en títulos tan notables como Rio Bravo, La cuadrilla de
los once, Código del hampa o La jauría humana. Así, con casi cincuenta años la
intérprete se ofrecería no solo a intervenir en un papel con un enorme
componente sexual, sino que igualmente tendría a bien participar en ese juego ideado
por De Palma para con el espectador por el cual, tras ser protagonista absoluta
del primer tercio de película, desaparecer para dejar paso a una nueva
protagonista femenina, marcándose el director en este caso un doble juego con
el descubrimiento poco antes de morir el personaje de Dickinson de ese secreto
que hace de quien ha sido su amante ocasional, y que parece ser tendrá un peso
en la historia que al final se revela como fatuo. Sería Nancy Allen, por aquel
entonces pareja sentimental del director, quien se convertiría en la nueva
final girl de la película. Allen participaría en buena parte de la filmografía
de De Palma, apareciendo además de en Vestida para matar en títulos como
Carrie, Una familia de locos o Impacto, siendo igualmente recordada por dar
vida a la agente Anne Lewis en Robocop y secuelas. La intérprete logra crear un
personaje que se mueve entre la gallardía y entereza de una prostituta
acostumbrada a lidiar con personajes de la peor calaña y la fragilidad de una
mujer asustada al ser acosada por un asesino en serie en ciernes. Michael Caine
por su parte hace gala de toda su flema británica a la hora de dar vida al
psiquiatra que trata al personaje de Dickinson para acabar igualmente
desdoblándose en ese juego con el espectador planteado por el guion de De Palma,
aunque no llegue a perder la compostura en su totalidad, tal y como sucedía con
el personaje de Norman Bates. Citar también a un joven Keith Gordon, visto en
la cinta de terror Christine dirigida por John Carpenter así como en las comedias Regreso a la escuela
o Loca academia de combate. Por su parte nos encontramos con un Dennis Franz que
sería un rostro muy reconocible de la pequeña pantalla gracias a series como
Canción triste de Hill Street o Policías de Nueva York, siendo de hecho el rol
que interpreta en Vestida para matar similar al visto en ambas ficciones
televisivas, siendo igualmente uno de los actores fetiches de Brian de Palma y participando
como secundario en películas como La furia, Impacto, nuevamente junto a Nancy
Allen, o Doble cuerpo.
La película posee toda la impronta visual del
cine de De Palma, un director que en no pocas ocasiones es capaz de sacrificar
la propia narrativa de la película para incidir en su aspecto más estético.
Pero merece la pena ver la manera en la que el director utiliza los reflejos de
muchas de las superficies mostradas en pantalla para proyectar las escenas,
llegando incluso a jugar con lo onírico como sucede en la secuencia del
sanatorio mental, así como superpone primerísimos planos de un rostro para
mostrar en un segundo plano un momento igualmente relevante, siendo igualmente
recurrente esos momentos en los que divide la pantalla en dos para mostrar
paralelamente dos momentos diferentes en una misma secuencia. En este caso
llama la atención como llega a estirar algunas secuencias hasta casi exasperar
al espectador, tal y como vemos en la larga escena que ilustra el juego de
seducción entre el personaje de Kate y su amante furtivo en la galería de arte,
momento perfectamente encuadrado por la partitura musical de Pino Donaggio,
todo un especialista en el cine de terror tras dotar de musicalidad a títulos
como Carrie, Piraña, Trampa para turistas, Aullidos, Los ojos del diablo o
Trauma. Otro momento que juega con esta idea es la secuencia de cierre en la
que el personaje al que da vida Nancy Allen se percata en la ducha, nuevamente
una ducha como epicentro de la acción, de la presencia del asesino, momento que
es estirado por un De Palma que busca llegar a incomodar con ello al espectador,
transmitiéndole de esta forma el mismo desasosiego sufrido por el personaje que
vemos en pantalla.
Y si bien Hitchcock es el gran nombre que se
viene a la cabeza mientras se visualiza Vestida para matar no hay que dejar de
lado la impronta que el giallo dejaría patente en parte de la filmografía de De
Palma, siendo el título que nos ocupa un perfecto exponente de esta idea. Un
componente sexual muy presente y que además sirve de acicate y castigo para aquella
mujer desinhiba y casquivana mostrada en pantalla, una idea recurrente en el giallo
italiano y que influiría notablemente en ese slasher posterior que surgiría en
los setenta y eclosionaría en los ochenta. El uso exacerbado de la sangre así
como la profusión de las heridas de arma blanca son otro referente dentro de
este subgénero italiano, y que en este caso tiene en las navajas de afeitar su
particular modus operandi a la hora de acabar con la vida de las diferentes
víctimas, aunque estas sean mucho menos numerosas que lo visto en el exploit
italiano. Por último citar la presencia de un asesino misterioso, otro de los
fijos dentro del giallo, aunque en esta ocasión, y partiendo del conocimiento
de la obra de Hitchcock en la que se ampara la película, no sea difícil
desenmascarar a este psicópata.
Así, Vestida para matar es uno de los principales ejercicios Hitchcokianos en la filmografía de un De Palma que, dentro de la promoción de cineastas surgidos en la década de los setenta con nombres tan importantes y relevantes como los de Francis Ford Coppola, Michael Cimino, Martin Scorsese, George Lucas o Steven Spielberg, sería quien más importancia brindara a la estética de su cine. Y es por ello que se sustenta más en el suspense que en el terror, lo que no es óbice para que la película sirva de estupendo ejercicio dentro del subgénero slasher más academicista y menos cercano a los postulados más afines a la explotación que tendría lugar en la década de los ochenta y que tendría su pistoletazo de salida en un título estrenado ese mismo año, Viernes 13. Y esa es una idea que hay que dejar muy clara para finalizar, Vestida para matar difiere, y mucho, del slasher dentro del concepto que ha llegado hasta nuestros días de este subgénero. Más allá de la influencia ejercida por el cine de Hitchcock sobre el resultado final de la película, su principal valedora es la capacidad visual de un De Palma con atributos propios como cineasta más allá de etiquetas fáciles que le sitúen como mero imitador del cine del director de títulos como Vértigo o Los pájaros. Y es que quedarse con esa idea sería demasiado simplista. Den una oportunidad a Vestida para matar y verán cómo es así.
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