La policía irrumpe en una nave industrial
donde localizan a John Kramer, quien tras ser detenido solicita hablar con el
inspector encargado del caso. Una vez cara a cara el psicópata ofrece a su
captor participar en su macabro juego, y es que en uno de los monitores
localizados en la estancia se puede ver a varias personas atrapadas en una casa
plagada de trampas mortales. Y entre estas, se encuentra el hijo del agente.
Tras el éxito
en taquilla de Saw no tardaría en ver la luz esta secuela, que no contaría en
esta ocasión con James Wan detrás de las cámaras pero si con Leigh Whannell
nuevamente como responsable de la historia y guionista. Esta vez le acompañaría
en esta labor Darren
Lynn Bousman, director no solo de esta secuela sino de un total de tres títulos
más de la franquicia. Bousman, quien debutaría en la dirección con este título,
se ha especializado a lo largo de su filmografía en un cine de terror de segunda
división, creado para su consumo rápido y siendo su participación en esta
franquicia su trabajo más representativo. Esta secuela sería su opera prima, presentando
un estilo visual que suple su poca depuración narrativa, limitada básicamente al
uso continuo del plano contraplano, con un abuso de recursos técnicos de tonos
videocliperos presididos por un movimiento constante y en ocasiones mareante de
la cámara como medio de tratar de introducir al espectador en la alocada dinámica
de la trama. Y es que así como Wan
dejaba constancia de una mayor soltura narrativa y técnica en la que también
era su primera película para cine, en el caso de Bousman si que queda patente
su inexperiencia, resultando a nivel de dirección en un trabajo bastante
impersonal y anodino.
La película continua
narrativamente su trama allí donde acabó la película de Wan, siendo una secuela
directa que sin embargo cambia por fuerza a sus personajes principales. En esta
ocasión serán los agentes encargados del caso quienes lideren la historia,
siendo estos encarnados por un Donnie Whalberg famoso en su juventud por formar
parte de la boy band New kids on the block y hermano del más conocido Mark
Whalberg. Este actor, a lo largo de su carrera se ha acostumbrado a interpretar
tanto al policía de turno, ahí tenemos la televisiva Blue bloods, como al
villano de la historia, caso de películas como Rescate o El sexto sentido, y
siempre dotando a sus personajes de cierta impulsividad en su comportamiento,
como sucede en el caso que nos ocupa. Junto a Whalberg volvemos a ver a una
Dina Meyer que ya aparecía brevemente en la primera película y que en este caso
cobra un mayor peso dramático como compañera del personaje de Whalberg. Aunque la
impronta de estos personajes está siempre limitada por el verdadero
protagonismo de un John Kramer nuevamente interpretado por Tobin Bell, que
vuelve a ser lo mejor tanto a nivel de personaje, algo sencillo por otra parte
teniendo en cuenta que los personajes que pueblan la película son bastante
planos en su desarrollo conceptual y arco narrativo, como de interpretación. Por
último la película recupera al personaje de Amanda, única superviviente del
juego perpetrado por Jigsaw en la primera película y que cobra un inusitado
protagonismo tanto en esta secuela como en varios de los títulos que vendrían
después, siendo la actriz Shawnee Smith la encargada de darla vida. Smith
encara su personaje plagando su actuación de tics y ademanes algo forzados, y
jugando con los comportamientos más estereotipados presentes a la hora de dar
vida a este tipo de personajes desequilibrados, lo que hace su personaje
carezca de interés toda vez tenemos junto a ella a un John Kramer que este si,
ha sido construido por Tobin Bell de manera exquisita. Es gracias a este
personaje femenino que la película puede presentar un giro de guion final que
de alguna manera y tras lo visto en Saw se convertiría en marca de la casa para
las secuelas que vendrían después, obligadas en cierta forma en regalar al
espectador un guiño en forma de sorpresa que una las piezas del puzle
presentadas en las películas y de esta manera replicar lo ya conseguido por Wan
y Whannell en el cierre de Saw.
Como
apuntábamos con anterioridad Bousman es mucho más limitado que Wan como
realizador, lo que lleva a presentar una película más plana, contrarrestando
estas limitaciones en un aumento
exponencial de los momentos truculentos sobre lo ya visto en la primera
película, siendo más explícita que su antecesora y siguiendo el canon de toda
buena secuela de terror de este tipo, esto es, presentando más víctimas y
muertes más salvajes, algo que se evidencia ya desde la propia secuencia de
inicio, y que se convertiría en otro de las constantes de la saga, arrancando
así estas películas con una fuerza que trata de mantener al espectador pegado a
la pantalla. Volvemos de esta manera a ser testigos de un puñado de truculentas
y viscerales trampas que permitan el lucimiento de los responsables de los efectos
especiales y de maquillaje, pudiendo ser testigos de la inclusión de toda una serie de efectistas y efectivos
trucajes mecánicos y físicos que dejan de lado el uso del CGI y la infografía
digital, algo que potencia la fuerza visual de estas secuencias, para las
cuales vuelve a recurrirse al uso del flashback a la hora de narrar algunos de
estos momentos. Todo ello para una terna de víctimas sin ningún tipo de interés
narrativo o emocional, lo que hace de estos personajes mera carne de cañón a la
hora de ser sometidos a las trampas ideadas por Jigsaw.
Una secuela que no arriesga y que sentaría las bases de un buen puñado de las secuelas que irían estrenándose año tras año creando una franquicia que a día de hoy todavía mantiene un idilio con el espectador fuera de toda duda. Y es que Saw, con todas las limitaciones propias de unos títulos apenas trabajados a nivel de historia y personajes sigue mandando en la taquilla gracias a un villano no tan malo y unas trampas mortales que destacan por su imaginería visual y su nivel de crueldad conceptual. Que continúe el juego.
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