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miércoles, 15 de mayo de 2019

ROMASANTA, LA CAZA DE LA BESTIA (ROMASANTA, 2004) 98´


En la Galicia rural de mediados del siglo XIX una serie de cruentos y brutales asesinatos tienen a la población en vilo y aterrada. Tres hermanas del lugar viven prácticamente enclaustradas en su casa al caer la noche por el temor a ser las nuevas víctimas de alguien de quien la rumorología insinúa podría tratarse de un hombre lobo. 


Solo hace falta ver la escena de introducción de Romasanta para darnos cuenta que estamos ante un título a tener en cuenta. Sería con su quinto proyecto que la Fantastic Factory nos ofrecería su película más redonda en todos los sentidos, y lo haría de la mano de otro joven director español, en este caso de menos de treinta años, Paco Plaza, viejo conocido de Jaume Balagueró, director de Darkness, el anterior estreno del sello cinematográfico, y junto con quien filmaría uno de los títulos más potentes de los últimos años en el género de terror de nuestro país, Rec, generando una saga de cuatro películas y un remake norteamericano con dos películas en su haber. Romasanta era la segunda película de género de Plaza tras el estreno de El segundo nombre, y para nada tiene visos de tratarse de un trabajo de alguien todavía en proceso de aprendizaje, presentando una madurez en su forma de dirigir que casi llega a sorprender.


La película está protagonizada por Julian Sands, actor de origen inglés que se ha convertido en uno de esos secundarios de lujo dentro del cine de autor norteamericano gracias a su aparición en títulos como Los gritos del silencio, Una habitación con vistas, El almuerzo desnudo, Mi obsesión por Helena o Leaving Las Vegas. Para los fans del terror es más conocido por encarnar a Warlock el brujo en las dos primeras entregas de esta trilogía o por su aparición en el blockbuster fantástico de principios de los noventa Aracnofobia. Como no podía ser de otra forma en un actor con las hechuras del Sands, su aportación engrandece a la cinta, encarnando a un personaje que le permite explorar numerosos matices dramáticos, desde la contención hasta el mayor de los histrionismos. Sands está perfectamente secundado por una Elsa Pataky en el que es uno de sus mejores papeles, componiendo un personaje igualmente lleno de aristas y que le da la posibilidad de ofrecer sus mejores recursos interpretativos, además de lucir una caracterización tremendamente  bella que, aunque evidente en el caso de la actriz, la hace aún más hermosa. Junto a esta más que solvente dupla de protagonistas la película se nutre de un grupo de secundarios francamente enormes en sus aportaciones, partiendo de un desinhibido John Sharian (Maquina letal, El quinto elemento, Perdidos en el espacio), pasando por un comedido y hierático Gary Piquer y un David Gant (Braveheart) encargado de protagonizar los discursos, casi soliloquios, más agradecidos de la trama. La joven Ivana Baquero, dada a conocer al gran público gracias a su aparición en El laberinto del fauno debutaba como actriz con esta película encarnando un papel menor. Dentro del apartado artístico Romasanta destaca por un doblaje realmente excelso, lleno de grandes voces que enmarcan la historia gracias a unas acertadísimas elecciones de los actores de doblaje. Como curiosidad final descubrir la presencia testimonial de Macarena Gómez (vista en Dagon tres años antes) dando vida a una de las víctimas del psicópata protagonista.


Como apuntábamos al comienzo, la película presenta un estilo cinematográfico de cuidadas secuencias, estudiados encuadres, tanto en exteriores como en interiores, y solventes movimientos de cámara, demostrando Paco Plaza ser un director con una destacada madurez técnica y narrativa. La cinta destila cuidado y mimo en todos los detalles, lo que lleva a sacar todo el partido a un contenido presupuesto, tanto en el diseño de producción, como en vestuario y caracterizaciones. Incluso los efectos visuales y de maquillaje son merecedores de ser rescatados, coronados por una secuencia de mutación de hombre a lobo que no trata de imitar lo visto en títulos anteriores y se molesta en crear su propia escenografía de cara a hacer de esta secuencia un destacado y acertado momento. Incluso en el aparentemente anodino detalle de utilizar lobos de verdad en lugar de los habituales perros lobo propios en este tipo de rodajes donde sea necesaria la presencia de este animal, Plaza deja de manifiesto el cuidado puesto en cada uno de los detalles. Apariciones que son remarcadas con un uso del sonido de sus aullidos y gruñidos que hiela la sangre.


La película se inspira en la verdadera figura de Manuel Blanco Romasanta, autor confeso a mediados del siglo XIX de más de una decena de crímenes, y a quien se le conmuto la pena de muerte al ser considerado el primer caso documentado de licantropía, matizando que este término es utilizado en su acepción de enfermedad mental. Elena Serra (uno de los nombres fijos dentro de la Fantastic Factory en labores varias) y Alberto Marini (uno de los productores de Rec), se encargaron de adaptar en el guion de la película esta figura central de la España negra (ya adaptada al cine en la película de 1970 El bosque del lobo, de Pedro Olea y con José Luis López Vázquez como protagonista), convirtiendo a un asesino pequeño y contrahecho en alguien con el porte y saber estar de Julian Sands, aportando un encendido cariz sexual y seductor a su personaje, y que es vital para entender tanto el modus operandi de este asesino en la cinta como su relación de deseo, amor, y cierto deje incestuoso con el personaje de Bárbara, a quien da vida Elsa Pataky. 


De esta forma Romasanta deja en el espectador un agradable poso de cine de género bien construido y desarrollado, y que nos devuelve la esencia del fantaterror patrio en lo que a espíritu se refiere, sacando todo el partido posible a una historia muy nuestra, donde leyendas como la licantropía o la figura del sacamantecas van de la mano  en un viaje donde queda constatado que la realidad es bastante peor que las más tenebrosa de las historias ficticias. La película de Paco Plaza supondría el cenit en la carrera cinematográfica de la Fantastic Factory, abocada desde entonces a un grupo de mediocres títulos que acabarían por defenestrar la propuesta de Fernández y Yuzna respaldada por Filmax.

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