Anthony McCoy es un pintor enfrentado a una crisis creativa. Una noche, durante una cena familiar, escucha la historia de Helen Lyle, lo que le lleva a indagar en la leyenda urbana de Candyman, iniciando una colección de cuadros sobre el tema, e iniciándose de manera paralela una serie de brutales crímenes que parecen llevar la huella del mítico asesino del garfio.
En 1992 se estrenaría uno de los títulos de referencia dentro del género de terror de la década, Candyman, el dominio de la mente. Basada en un relato del escritor Clive Barker, autor igualmente de Hellraiser, la película de Bernard Rose daría a conocer la figura de Candyman, una de esas leyendas urbanas que pueblan los barrios marginales, en esta ocasión de la ciudad de Chicago, y a quien daría vida un convincente Tony Todd en un título que lograba conjugar con gran elegancia el terror sobrenatural con la idea de un asesino venido del más allá a quien no se puede derrotar, creando un nuevo personaje icónico dentro del género. Tres años más tarde llegaría una estimable secuela que continuaba los parámetros marcados por la película primigenia, con una atinada dirección de Bill Condon, y que seguiría indagando en los orígenes de la leyenda de Candyman. Finalmente en 1999 vería la luz una tercera película, la cual se desmarcaba tristemente del estilo cultivado en las dos primeras entregas apostando más abiertamente por un estilo cercano al de los slashers protagonizados por personajes como Freddy Krueguer o Jason Vorhees.
Más de dos décadas más tarde finalmente hemos podido ser testigos de una nueva cinta sobre el personaje. Dirigida con un gran sentido de la elegancia por Nia DaCosta, descubierta gracias a Little Woods y actualmente en labores de postproducción de la secuela de Capitana Marvel 2, la película se apoya igualmente en la figura de Jordan Peele, convertido de la noche a la mañana en referente del nuevo cine de terror a raíz del estreno de su opera prima Déjame salir, quien en esta ocasión, además de ser coautor del guion junto a la propia DaCosta, se encarga de labores de producción.
La película se construye como una inteligente secuela de la película de 1992, recuperando no solo la idea de un personaje protagonista que conforme avanza su investigación acerca de la leyenda de Candyman, va entrando en una vorágine de locura y pérdida de conciencia con la realidad que además le llevará a ser considerado el principal sospechoso de las muertes que van sucediéndose a su alrededor, tal y como le sucedía al personaje interpretado por Virginia Madsen en la película de Bernard Rose. Además, para que no quede duda sobre su intención principal de erigirse como secuela, frente a unas informaciones iniciales que hablaban de este proyecto como un remake de la franquicia, vuelve a contar con los personajes de Anne-Marie, coprotagonista de la primera película, y a quien vuelve a interpretar Vanessa Williams, lo mismo que sucede con el uso de la voz de Virginia Madsen o la aparición como guiño final de Tony Todd nuevamente caracterizado como Candyman, siendo su presencia en la trilogía inicial uno de los grandes aciertos de estas películas en base a la brutal fisicidad que aportaba al personaje.
Como apuntábamos con anterioridad, cabe destacar una dirección llena de elegancia y un innegable estilo visual a la hora de filmar, incluso en aquellos momentos que muestran las diferentes muertes llevadas a cabo por Candyman, donde se conjuga la brutalidad de la propia secuencia con una belleza formal en el planteamiento y resolución de las escenas. El uso de las luces en el primer doble crimen, la manera en la que la cámara se aleja exponencialmente conforme tiene lugar el segundo de los asesinatos, todo ello hace que incluso se le perdone la introducción de manera forzada en la película de la secuencia que tiene lugar en los lavabos del instituto, construida únicamente para poder dotar de suficiente cantidad de hemoglobina a la película, y que se resuelve una vez más con una planificación y puesta en escena muy notables. En este sentido es muy inteligente la idea de eliminar la presencia física del personaje de Candyman, jugando a mostrarlo mediante el uso de espejos o reflejos, convirtiéndolo de esta manera en un ente fantasmal, muy en línea con esa idea de leyenda urbana desde la que nace el personaje. Y dentro del apartado visual de la película no podemos obviar el inteligente y estilizado uso de marionetas para narrar los flashbacks utilizados por la cinta para abordar la historia de Helen Lyle y del propio Daniel Robitaille.
Y es el uso de las leyendas urbanas, uno de los puntales sobre el que se cimenta la figura del asesino a quien acompaña una legión de abejas y con un garfio en lugar de mano, otro de los elementos que ya se explotaban de manera muy inteligente en el guion que el propio Bernard Rose escribiría para la película que el mismo dirigiría en 1992 e inspirado en el relato de Clive Barker. Así, la historia del personaje de Candyman se nutre de un variado grupo de leyendas urbanas, partiendo por el relato del fantasma del espejo, y sumando otras como la que habla del hallazgo de caramelos con cuchillas de afeitar en su interior, jugando deesta manera con una idea que sería explotada de manera mucho menos sutil por la trilogía Leyenda urbana.
Pero si hay un elemento que no podemos obviar, y que precisamente es el que ha hecho que Candyman fuera un título especialmente idóneo e indicado dentro del estilo y la temática cultivada por Jordan Peele, tanto en su faceta de director como de productor, es el de denuncia social que muestra la película por los abusos sufridos por la minoría negra. Y qué mejor que la historia de un artista negro ajusticiado salvajemente a finales del siglo XIX por el simple hecho de enamorarse de una mujer blanca como arranque de una trama que habla abiertamente de la segregación racial, de los guetos como medio de controlar en una misma zona a determinados grupos raciales o étnicos, o sobre la violencia policial. Y para que no queden dudas al respecto, se vuelve a utilizar el recurso de las marionetas anteriormente mencionadas para acompañar a unos títulos de crédito de cierre que apuntan a un Candyman como elemento de venganza de una comunidad negra sometida a la injusticia de un hombre blanco con idea de opresor, elemento que se mantiene igualmente en la idea planteada en la película por la cual todas las víctimas de Candyman son personajes blancos.
De
esta manera nos encontramos ante una muy destacable secuela que muestra un
respeto casi reverencial por la obra cinematográfica de la que bebe, partiendo
por el uso como fuente de inspiración del relato de los acontecimientos que
tienen lugar tras historia narrada en la película de 1992, tomando igualmente a
sus personajes, el estilo visual definido por Rose e incluso con ese guiño al
excelente score musical compuesto por Philip Glass hace tres décadas, usando el
tema Helen´s Theme como pieza de cierre de la película. Una agradecida vuelta
de un personaje icónico dentro del cine de terror contemporáneo con el folclore
y las leyendas urbanas como auténtica base sobre la que construir el miedo.