Un hombre cabizbajo atraviesa la ciudad y dirige sus pasos hasta uno de los hoteles del lugar. Allí se hospeda en una habitación, extrae un legajo de papeles en blanco y se dispone a relatar cómo, con la ayuda de su hijo, acabó brutalmente con la vida de su mujer en el lejano año de 1922.
Una nueva adaptación que bebe de una de las incontables historias del prolífico Stephen King, cuyos relatos y novelas han sido adaptados por centenares tanto al cine como a la televisión, siendo en esta ocasión la escogida una novela corta incluida en el recopilatorio publicado en 2010 Todo oscuro, sin estrellas, pudiendo atisbarse las maneras del autor de Carrie, It, El resplandor o El misterio de Salem´s Lot en el elemento angustioso y opresivo que preside la historia, así como en un protagonista miserable perfectamente definido y dibujado sobre el papel y por ende en la propia película, siendo la figura del hijo de catorce años de este otro de esos recursos habituales del escritor de Maine, ceder buena parte de la importancia de sus obras a personajes infantiles o juveniles.
La
película está guionizada y dirigida por el apenas conocido Zak Hilditch, quien
ya había jugado de alguna manera con el género en sus dos títulos anteriores,
Transmisión y Las últimas horas, y que nos ofrece en esta ocasión una película
que se apoya en la sencillez de su propuesta para dibujar una historia de una
turbiedad que logra traspasar la pantalla, haciendo que tanto los calurosos
veranos como los durísimos inviernos que transcurren en la granja de Wilfred
James, narrador en primera persona y protagonista de la cinta, hagan que el
espectador sienta casi en sus propias carnes los extremos vaivenes climatológicos vistos en pantalla. Y es esa la principal virtud de 1922, su capacidad para
generar desazón y llenar de esa misma suciedad y mugre presente tanto a nivel
físico, con una casa desvencijada, unas manos y rostros agrietadas por el
trabajo duro y unos ropajes polvorientos y ajados, como emocional, con unos
personajes marcados por la culpa tras el cruel crimen cometido contra su esposa,
en el caso de Wilfred, o la propia madre, como le sucede al joven Henry.
1922 arranca ya con unas formas que hacen uno se incomode nada más iniciada la
película, volcando de esta forma su director todos sus esfuerzos en generar un
título que traspase, que vaya directo a nuestro lado más emocional. Para ello
ha potenciado el trabajo de caracterización tanto de los escenarios en los
cuales tiene lugar la trama, y que de manera casi única tiene lugar en la
granja propiedad de los protagonistas, como en los propios elementos de estos,
caso de unos muebles desvencijados, unos colchones polvorientos o unos suelos estropeados.
Apuesta asimismo por no ocultar los momentos más violentos, que, aunque no son
numerosos, si son mostrarlos con una crudeza cuasi documental, siendo
especialmente reveladores a este respecto los planos en los que se muestran los
cadáveres que aparecen en pantalla, lo que nos lleva a un elemento clave, tanto
en la novela como en la película, a la hora de lograr ese objetivo de resultar
repulsiva y repeler cada vez más a medida que avanza la historia, tratando de
alguna manera de trasladar a un elemento tangible el acto tan atroz del que
somos testigos a los pocos minutos de comenzada la película. Y ese es el papel
de las ratas. Y no solo por lo explícito de los momentos en los que hacen acto
de aparición, devorando el cadáver del personaje de Arlette y llegando a surgir
de su boca en una explícita escena, así como de las paredes y tuberías del
hogar de Wilfred o del propio hotel en el que decide ocultarse transcurridos
los años, acompañando su aparición de su estridente, denteroso y característico
sonido propio de la acción de roer, lo que les convierte en un elemento
tremendamente perturbador. Pero es que incluso en el acto más natural, y que
incluso se evita mostrar en cámara, como es el sacrificio de una vaca, la
realización marcadamente árida, explícita y dantesca logra que acabemos
profundamente incomodados.
Pero
además de la capacidad que tiene la propia película e historia y la forma de
plasmarla en pantalla para generar desasosiego y desazón, convirtiendo a 1922
en un notable ejercicio de terror psicológico, es de recibo alabar el trabajo
interpretativo del trío principal de actores de la película. Lo que hace Thomas
Jane con el personaje de Wilfred James a nivel de caracterización, acento y
gestualidad es de un talento tal que hace no lleguemos en muchos momentos a
vislumbrar al intérprete de Deep blue sea o Boogie nights, mutando
completamente a nivel físico e interpretativo hasta convertirse en el pérfido y
a la vez atormentado protagonista central, y eje que sustenta toda la historia.
Jane confirma de esta forma su fanatismo por el trabajo de Stephen King, siendo
esta la tercera ocasión en la que participa en una adaptación a la pantalla
grande de una obra literaria de este escritor tras El cazador de sueños y La
niebla. Otro tanto puede decirse de un Molly Parker que volvía a un tipo de
películas con un marcado tono perturbador tras Wicker man o La carretera, y a
la que tan solo le son necesarios unos minutos en pantalla para dibujar un
personaje igual de repulsivo que el de Wilfred, en un duelo de personajes
amorales, egoístas y que sirven para dibujar una sociedad que en parte trataba
de dejar atrás la dureza del trabajo en el campo para abrazar una nueva vida en
unas ciudades donde la bonanza económica de aquellos años permitía albergar una
esperanza de cambio a mejor, rol que interpreta el personaje de Arlette James,
y que chocaba abiertamente con esa parte de la población más tradicional en su
pensamiento e incapaz de dejar aquello que mejor conocía y que le hacía
sentirse seguro, caso de Wilfred James. Y en medio un hijo de catorce años a
quien da vida el joven Dylan Schimd, quien ya había formado parte de la
adaptación a la televisión de las historias de otro creador de terrores
literarios, en este caso el más juvenil R. L Stine, autor de la saga
Pesadillas, e intérprete asimismo en Cuernos, curiosamente adaptación de la
novela de Joe Hill, hijo de Stephen King y heredero en cierta forma del estilo
literario de su progenitor. Schmid, aunque no logra llegar al nivel artístico de Thomas Jane y Molly Parker, ofrece una competente interpretación como
atribulado y manipulable hijo del protagonista, quien es manejado por este para
posicionarse a su favor en sus disputas maritales, utilizando para ello la reciente
relación entre el joven y su novia como ariete contra el que
golpear a su mujer. King aprovecharía este personaje para ofrecer su particular
homenaje a la pareja de delincuentes Bonnie y Clyde, elemento que se traslada a
la propia película.
De esta forma 1922 se revela como un notable ejercicio de terror psicológico cuyo principal tema tratado es la culpa, una culpa que toma forma física mediante la aparición espectral del cadáver de Arlette James dedicada a perseguir y atormentar a un Wifred James que vamos viendo desmoronarse progresivamente. Pero esa misma culpabilidad toma también corporeidad transmutada en decenas de ratas incapaces de abandonar al protagonista y acabando con su resistencia tanto física como emocional de manera gradual y persistente, hasta acabar con el único final esperable en este tipo de relatos, uno que cierre el macabro y sangriento circulo iniciado varios años atrás con el asesinato de la matriarca de la familia por un puñado de hectáreas. O lo que es lo mismo, Stephen King en estado puro.