Diez años después de
unir sus caminos en medio de un apocalipsis zombie, parece que llega el momento
en que Tallahasse, Columbus, Wichita y Little Rock se separen, aunque el
destino parece empeñado en que no sea así.
Pudiera
parecer que afrontar una secuela de una película como Zombieland diez años
después de estrenada la primera entrega, suponía un mal presagio de cara a disfrutar de una
película que mantuviera en parte los mimbres de la cinta de 2009. Y no solo no
pierde un ápice de los elementos de interés que hicieron del debut en la
dirección de Ruben Fleischer un estimable y recordado ejercicio de comedia zombie,
sino que supera en todo a su predecesora, sabiendo coger lo mejor de aquella
para mantenerlo en esta segunda entrega,
además de subir un par de velocidades en aquellos elementos de interés más
desdibujados, aprendiendo de los errores del pasado para ofrecer una secuela
más divertida, dinámica y redonda a todos los niveles.
Una
de las principales razones por las que esta segunda parte mantiene y eleva el
interés que ya ofrecía la película pretérita se debe a que han permanecido
fieles al proyecto tanto los guionistas principales de la película estrenada
una década atrás, como su director, un Ruben Fleischer con mucho más bagaje
profesional, y que incluso ya había formado parte de un blockbuster de gran
presupuesto como había sido Venom. Si bien este director ya había demostrado
grandes hechuras como realizador en su
opera prima, en esta ocasión se le nota mucho más versado en cómo mover la
cámara, tal y como queda patente en la secuencia de la pelea entre Tallahasse y
Collumbus contra Alburquerque y Flagstaff, caracterizada por un movimiento
continuo de la lente entre los personajes, demostrando de forma empírica que
esos ademanes técnicos y visuales presentes ya en su título de debut no eran
fruto de la casualidad o mera imitación de otros realizadores.
A
nivel interpretativo sucede lo mismo que en el apartado técnico, y es que los
cuatro protagonistas principales permanecen anclados a la secuela, demostrando
gran fidelidad a una película que, en casos como los de Emma Stone o Jesse
Eisenberg, filmaron antes de convertirse en esos actores de cierto renombre que
son ahora, y en el supuesto de ella con multitud de premios a sus espaldas por
su interpretación en La, la, land. La permanencia de todos los actores
centrales dota de una continuidad a la historia que en cualquiera de otras
situaciones, con la caída de uno solo de los miembros principales del elenco,
hubiera fragmentado la trama. Hay que decir además, que a pesar de todos los
años transcurridos, el paso del tiempo no ha pesado sobre estos intérpretes, si
exceptuamos el evidente caso de una Abigail Breslin que contaba con tan solo
trece años cuándo se estreno Bienvenidos a Zombieland. Pero si el mantener a
este carismático cuarteto supone todo un acierto, no lo es menos el conjunto de
incorporaciones que van surgiendo a lo largo de la historia, convertida
nuevamente en una road movie en la búsqueda constante de un hogar en medio de
ese caos en el que se ha convertido el planeta. Hemos de destacar en este
aspecto a Rosario Dawson (Hombres de negro II, Alejandro Magno, Sin city o
Death Proof) como Nevada, el dúo al que dan vida Luke Wilson y Thomas
Middletich, como unos inconscientes émulos de la pareja de protagonistas
masculinos principales, y que nos brinda uno de los más divertidos momentos de
toda la película por esa similitud entre las dos duplas de personajes. Pero si
hay que resaltar a uno de las nuevas incorporaciones por la cantidad de simpáticas
situaciones que brinda a la trama y por el toque humorístico que aporta, esa es
Madison, genialmente interpretada por Zoey Deutch, hija de un ícono del cine de
los ochenta como es Lea Thompson, y que nos deleita con un personaje tan
involuntariamente cargante como adorable.
Como
apuntábamos con anterioridad, la película remarca las bromas y situaciones que ya
funcionaron en la primera entrega, con toda esa retahíla de normas creadas por
el joven protagonista para sobrevivir en medio del cataclismo zombie con el que
le ha tocado lidiar, convertidas en elemento recurrente a la hora de crear gags
visuales o momentos netamente humorísticos, siendo obligatorio nuevamente citar
el encuentro convertido en duelo entre el protagonista al que da vida Jesse
Eisenberg y su homologo en la creación de unas reglas de supervivencia
interpretado por Thomas Middletich. Por
otra parte, al igual que en la película de 2009 se presentaban varios momentos
sujetos a la idea de acabar con los zombies de la manera más brutal y letal,
esta es recuperada, añadiéndose a la broma además nuevas ideas sobre la propia
naturaleza de los muertos vivientes, con esa tipificación tan visual en las
acepciones escogidas (desde el Homer al Ninja pasando por el Hawking).
Tal
y como sucedía en la primera entrega, la película adolece de un pequeño bajón
en el acto final, en la búsqueda por ofrecer al espectador un fin de fiesta que
esté a la altura, apostando nuevamente por la espectacularidad de un ataque
masivo de zombies. Sin embargo este pirotécnico final adolece frente a otros
violentos encuentros entre los vivos y los muertos, como el que tiene lugar al
comienzo de la película en los jardines de la Casablanca o el que se produce
junto a la caravana que los protagonistas ansían tomar, que, siendo menos
pretenciosos en su impacto visual, funcionan mucho mejor. Aunque en esta
ocasión, al estar la historia mejor armada, es más fácil justificar este enfrentamiento
final.
Resumiendo,
nos encontramos en esta ocasión con uno de esos raros casos en los que una
secuela, máxime en un género como el que se aborda, funciona mejor que el
título primigenio, quedando demostrado que si se han esperado tantos años antes
de abordar una segunda entrega ha sido para mejor, pudiendo contar con todos
los máximos responsables detrás y delante de las cámaras que hicieron de
Zombieland una agradable sorpresa para el aficionado al cine zombie en su
vertiente más gamberra. Por repetir repite hasta Bill Murray, aunque en esta
ocasión no tiene el privilegio de protagonizar el mejor gag de la película, ese
ya lo habíamos visto un rato antes con la llegada del enorme vehículo ocupado
por Alburquerque y Flagstaff. Y es que solo ver la intro creada por Columbia
Pictures para la película sabemos que es lo que nos espera. Y lo que nos espera
es bueno. Bueno y divertido.