Una pareja de
turistas de habla inglesa llega hasta la ciudad costera de Benavis en plenas
fiestas del lugar. Pero su destino final será la apacible y tranquila isla de
Almanzora, a cuatro horas de viaje en barca. Sin embargo, cuándo llegan al
lugar descubren extrañados que no hay ningún adulto en sus calle, encontrándose
únicamente con niños con un comportamiento anómalo.
Preguntado
una vez sobre el miedo y que es lo que a él le producía terror, Narciso Ibáñez
Serrador contestaría con una definición del terror como una situación
aparentemente cotidiana y normal, pero con un elemento desestabilizador y
amedrentador, turbador, poniendo como ejemplo a
un inocente y tierno bebe recién nacido que al sonreír mostrara todas
sus piezas dentales. Pues algo de todo ello hay en ¿Quién puede matar a un
niño?, ya que parte de una situación de aparente cotidianidad, como veremos más
adelante, para acabar convirtiéndose en una pesadilla con elementos tan atroces
como los que se muestran en la película.
Basada
en la novela de Juan José Plans El juego de los niños, guionizada bajo pseudónimo
por el propio director, ¿Quién puede matar a un niño? es, junto a La
residencia, el único trabajo para cine de este todoterreno televisivo que, sin
embargo, gracias a ambos títulos y a su labor en la excelsa serie para
televisión Historias para no dormir, se ha convertido en todo un referente del
terror en nuestro país. Su director da sobradas muestras de su talento detrás
de las cámaras, pero también en lo que respecta al manejo del suspense y la
tensión de las secuencias, así como en el montaje de estas, para acabar
ofreciendo una pieza cinematográfica que, aunque de inicio bebe de numerosas
fuentes, a su vez ha acabado siendo referencia ineludible a la hora de hablar
del género de terror en España.
Y
es que es evidente no dejar de pensar durante el visionado de la película en
varios espejos en los que su autor se pudo haber mirado a la hora de la
gestación de su proyecto. De inicio, en el maestro Hitchcock, siendo de hecho
Ibáñez Serrador una especia de émulo patrio (a pesar de haber nacido en Uruguay)
de este grandísimo director, especialmente en lo que respecta a lo paralelo de
su actividad televisiva, uno con seriales como Alfred Hitchcock presenta o La
hora de Alfred Hitchcock, el otro con la citada Historias para no dormir o en
sus colaboraciones catódicas junto a su padre, Narciso Ibáñez Menta. Asimismo
hay que destacar el amor de ambos directores por el suspense, muy presente en
sus respectivas obras. Finalmente de entre toda la filmografía del británico
habría que tomar Los pájaros como película inspiradora del presente título,
siendo de hecho los niños protagonistas una nueva excusa, como en su día fueron
las aves de la película de 1963, para ofrecer todo un estiloso ejercicio de
manejo del suspense y la tensión durante el metraje. Pero no podemos obviar otras
películas como inspiradoras del resultado final visto en ¿Quién puede matar a
un niño? como son El pueblo de los malditos o La noche de los muertos
vivientes, tomando de la primera ese protagonismo de unos infantes transmutados
en entes sin humanidad aparente o lo que es peor, con una humanidad
terroríficamente turbia, oscura, mientras que de la ópera prima de George A.
Romero toma esa idea del confinamiento y constante huida a la que se ven
sometidos los protagonistas ante una amenaza real y letal, en una escapada a
ninguna parte. Pero al igual que la película bebe de numerosas fuentes para
conformar una personalidad propia hasta convertirse en uno de los títulos
señeros del cine de terror patrio, hay que reconocer su huella en obras
posteriores, como en la novela de Stephen King, transmutada en innumerable saga
cinematográfica, Los chicos del maíz, llegando asimismo a estrenarse una tardía
e innecesaria secuela en 2012 con el título de Juego de niños.
Buen
trabajo interpretativo de la pareja Lewis Fiander y Prunella Ransome, curtidos
ambos en el terreno televisivo y que dan vida con creíble solvencia al
matrimonio protagonista, tanto en el tramo en el que se dedican a disfrutar de
sus vacaciones con una naturalidad perfectamente mostrada en pantalla y que les
hace totalmente creíbles como matrimonio bien avenido, relación esta que
potenciará el horror posterior en base a la creación de una conexión empática
con el espectador por parte de ambos. Lo mismo sucede en los momentos en los
que el terror se ha apoderado de la trama y los otrora cariñosos y
despreocupados personajes han de mostrar todo el sufrimiento, angustia,
desconcierto y desesperación por lo que les está sucediendo. De entre el elenco
de secundarios españoles con apenas unos minutos en pantalla, cabe destacar por
su reconocimiento posterior a Luis Ciges, historia de nuestro cine gracias a
títulos como Patrimonio nacional, La colmena, La vaquilla, El bosque animado,
Amanece que no es poco o El milagro de P. Tinto, así como a Marisa Porcel, otra
veterana del medio televisivo y dada a conocer por el gran público por su papel
de Pepa en la simplista Escenas de matrimonio. Mención aparte para el trabajo
interpretativo de todos los niños que aparecen en escena, que realmente llegan
a amedrentar por sus comportamientos frente a cámara, supeditados a extrañas y
maliciosas sonrisas, miradas sin alma y comportamientos de una naturalidad desasosegante,
en lo que se antoja una excelente labor de dirección de actores por parte del
propio Ibáñez Serrador.
La
película comienza con una fuerza demoledora, insertando entre sus largos
títulos de crédito iniciales, escenas documentales de archivo tomadas en
conflictos como la Segunda Guerra Mundial, la guerra entre India y Pakistan, la
guerra de Corea o la guerra de Biafra, dejando constancia de un demoledor
denominador común, el sufrimiento y muerte de los niños en todas estas
disputas. Esta forma de iniciar la película deja al espectador tocado en base a
tratarse de imágenes y datos reales, tensionando de esta forma el director al
espectador desde el minuto uno, a lo que ayuda además la inserción de risas y
cantinelas infantiles entre tanto fotograma descarnado, creándose una dualidad
estremecedora. Sin embargo, tal como apuntaba el mismo realizador en el
comienzo del presente texto, no tarda en mostrar una situación de total
normalidad, aunque inserte una tragedia en medio con el descubrimiento de un
cadáver en el mar, como es una bulliciosa playa en plena temporada alta donde
el juego, el baño y el relax son los elementos principales. Es en ese momento
en el que se nos presenta a la pareja protagonista, realizando junto a ellos un
tour por las calles principales de la localidad ficticia de Benavis (a la sazón
un remedo de la malagueña Benahavís), momentos que aunque puedan parecer
triviales resultan sumamente importantes, de ahí que se les dedique cerca de
media hora de metraje, no solo para que el espectador conecte con los
protagonistas de manera que su posterior sufrimiento haga más mella en quien
visiona la película, sino que además es una manera de abordar el tema del
aislamiento de la pareja protagonista, en esta ocasión mediante la figura de
dos personajes de origen inglés o estadounidense (no llega a aclararse en la
película) en un medio donde los fuegos artificiales, los gigantes y los pasacalles
son algo totalmente desconocido, que incluso entre gozosos momentos de
diversión les llega a asustar. En este punto es importante comentar que la
película debía haber sido estrenada con los actores principales hablando en
inglés y el resto en castellano, con los consiguientes problemas de
comunicación, especialmente en el caso de ella, ya que el personaje de Tom sí
que entiende el castellano. Por facilitar el estreno y posterior distribución
de la película se optó por doblar al castellano a todos los personajes,
rompiéndose de esta manera la idea inicial del propio director de ahondar en la
posterior sensación de absoluto desamparo de los dos personajes centrales al no
poder comunicarse correctamente con terceras personas una vez son conscientes
de lo que está sucediendo.
Como
ya apuntábamos con anterioridad, es muy importante para el director jugar con
el suspense a lo largo de toda la película, y es evidente el talento a la hora
de hacerlo de Ibáñez Serrador, quien es capaz de generar desazón en momentos
aparentemente banales, como lo es la propia llegada de los dos turistas a la
isla, esos primeros momentos donde la tragedia aún no se ha desatado pero se
van dando pequeñas pistas que nos hacen ver a la vez paralelamente al
espectador y a los protagonistas que algo extraño está sucediendo en el lugar.
El manejo del tiempo de las secuencias es otro acierto por parte del director,
ya que logra estirarlas lo suficiente en el momento adecuado para alargar la
agonía del momento sin llegar a romper el ritmo de la escena, siendo un buen
ejemplo de esta idea el instante en el que los protagonistas, extrañados por no
ver a ningún habitante adulto de la isla pero todavía tratando de justificar
este hecho, toman un tentempié en un bar con apariencia de haber sido
abandonado de manera abrupta. Hay que resaltar la composición musical de Waldo
de los Ríos, colaborador habitual de Narciso Ibáñez Serrador, y que junto a los
efectos de sonido insertados en la película, son un añadido de suma importancia
a la hora de potenciar esa suma de sensaciones que hacen de ¿Quién puede matar
a un niño? un ejercicio de difícil digestión, que nos lleva incluso a sufrir
esa misma sensación de calor sofocante tan presente en la historia , y que el
propio celuloide casi introduce en la comodidad de nuestros hogares,
convirtiendo el bello pueblo en el que tiene lugar la trama, con esas casas de
piedra blanca, paredes encaladas y
puertas de madera pintadas de vivos colores, en un auténtico infierno.
Otra
cosa que sorprende de la película, máxime teniendo en cuenta los más de
cuarenta años transcurridos desde su estreno, es la valentía por parte de su
máximo responsable a la hora de abordar en imágenes una historia tan complicada
por el hecho de centrar su trama en unos niños capaces de los más abyectos comportamientos,
pero sobre quienes además se llega en determinados momentos a ejercer una
violencia brutal. La película en este caso no se esconde, ni trata de ocultar, matizar
o ensombrecer estas secuencias de calado más visceral o directa, siendo de una
explicitud sin matices en momentos como en los que un grupo de niños desnuda a
una de sus víctimas, o la propia muerte de varios de estos infantes, alguno de
muy corta edad, a manos de un desatado Tom, con lo que a esa idea de la
sugerencia, de la insinuación tan presente en la construcción del suspense, se
une por momentos una violencia gráfica en pantalla tremendamente osada y
arriesgada., una mezcolanza que funciona a la perfección en el resultado final.
Y
sin embargo toda esa suma de decisiones a la hora de filmar y montar la
película, sumado a una historia tan potentemente turbadora como atrayente, y
donde además se inserta una potente idea de crítica social perfectamente
presente ya en los títulos de crédito iniciales, pero también en su depresiva escena
final, han hecho de ¿Quién puede matar a un niño? una película de merecido culto
y un referente a la hora de hablar del cine de terror de nuestro país, capaz de
adelantarse varios años a otros títulos de intenciones similares pero mucho más
sensacionalistas. Y es que quien revisite o se encuentre por vez primera con
esta película, seguramente experimentará las mismas sensaciones que sus
primeros espectadores allá por la primavera de 1976. Y créanme, no son
sensaciones precisamente placenteras.